lunes, 18 de marzo de 2013

Máscara


Quizá estéis acostumbrados a que escriba sobre amor. Sí, detrás de estas largas melenas y ropas oscuras, las emociones son lo que más empapan mis textos. La muerte es mi otro tema principal. Pero afortunadamente no estoy muerto, aunque lo otro no lo pueda negar.

Llegó tan rápido como… como si alguien te cayera encima. ¿Os imagináis? Es que, de hecho, lo hizo. Ella cayó sobre mí y yo la cogí al vuelo. Y desde entonces me planteé no volverla a dejar caer.

Algo hubo desde el principio, algo que las palabras no pueden explicar, que nos atraía mutuamente estuviésemos donde estuviésemos. Daba igual que hubiera mil obstáculos cada día, había un hueco para el otro. No necesitábamos explicación sobre lo que sentíamos, ni razones para actuar. Ahí estábamos. Y comenzó, hace exactamente diez meses, algo que me haría sentir, por fin, vivo.

No había vivido hasta entonces realmente. Soy un hombre enmascarado, nunca he mostrado cómo soy de verdad. Camino entre sonrisas de los que más me quieren, y yo les quiero, pero jamás muestro mi verdadero yo. ¿Por qué? Porque nunca se quiso a mi verdadero yo.

Tengo defectos que no puedo evitar, sentimientos que si alguien conociera, saldría corriendo. Quizá no los haya pulido porque no se han enfrentado nunca a ellos.

Y es ahora cuando, maldita sea ella, arranca mi máscara cada vez que la veo llegar a lo lejos, siempre algún minuto tarde, y sonriendo al verme apoyado en una pared. Y yo sonrío, porque por fin llega, y sonrío más si va vestida como un verdadero narcotraficante: eso sumará dos minutos de bromas y de verla sonreír.

Nos recuerdo dándonos golpes, o queriendo hacer ejercicio y acabando tumbados en un banco durante dos horas. Reteniendo al otro cuando se tiene que ir. Metiéndonos una piedra en el bolsillo para que, algún día, el otro nos la tenga que devolver, y que no pueda desaparecer jamás de su vida. Creando utopías, soñando mientras caminamos bajo el anochecer. Y muchas se han cumplido.

Vámonos a nuestra cala, otra vez. Perdámonos en aquella habitación junto a la carretera, con camiones que nos despertaban cada diez minutos. Oblígame a sentarme en el césped. Y a trepar un maldito árbol. Y guárdate mi máscara en tu bolsillo, porque lo que ves es lo que soy, y por fin mis defectos se enfrentan al exterior. Y serán combatidos y vencidos. Porque has dado sentido a mi vida. Y me planteé no dejarte caer.

Recuerdo aquella vez, en la oscuridad, nuestros rostros a tres centímetros. Te prometí que si te caías, te recogería, y si te rompías, te recompondría. Porque tú me recompusiste. Fuiste la pieza que faltaba a mi rompecabezas, y lo dije meses atrás en este mismo blog.

Gracias, preciosa.