sábado, 31 de diciembre de 2016

Cuento de Navidad: La Organización de las Musas Inspiracionales - Tercera Parte

Esta entrada es una continuación de Cuento de Navidad: La Organización de las Musas Inspiracionales y Cuento de Navidad: La Organización de las Musas Inspiracionales - Segunda Parte. Recomiendo su lectura para entender la historia con más profundidad. Feliz Navidad.

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Kathli se fumaba su segundo cigarrillo apoyada en el marco de la ventana de su casa. Treene se estaba retrasando esta vez.

El último año había sido mucho más duro que el anterior; Kathli había vuelto a odiar su trabajo. Aunque todos los días veía a su amada, no poder estar con ella sólo acrecentaba su frustración. Sin embargo, sabía por qué debían mantenerlo en secreto y por qué toda precaución era poca. Si la Organización de las Musas Inspiracionales se enteraba de su romance, podría costarles la vida.

Dos golpes en la puerta. Kathli arqueó las cejas y esbozó una mueca de asombro, aun sabiendo que nadie podía verla. Lo habitual en Treene era aparecer sin avisar. Para algo tenían poderes, ¿no?

Kathli abrió la puerta y se abalanzó sobre Treene nada más verla. La estrujó entre sus brazos y después la besó. Tardó unos segundos en darse cuenta de que ella no parecía tan receptiva como en otras ocasiones.

—¿Qué te pasa? —quiso saber Kathli.

Treene forzó una sonrisa.

—¡Nada! —exclamó con alegría—. A veces no sé cómo reaccionar.

—Un año es mucho tiempo —admite Kathli.

—Sí…

Kathli tomó la mano de su invitada y caminó con ella hasta el dormitorio.

—He dejado a mi hijo con Maraen —informó Kathli—. Esta vez no quiero mandarte bajar la voz.

Agarró los tirantes de Treene y los bajó por sus brazos, pero entonces ella la detuvo.

—Espera.

Kathli finalmente comprendió que Treene no quería seguir ese camino. Al menos no en aquel momento.

—Cielo… —susurró Kathli—. ¿Qué te pasa?

—Sólo quiero que hablemos un poco —respondió, subiéndose de nuevo los tirantes—. No quiero que sea tan… frío.

—Hablamos todos los días —replicó la musa—. La última vez, te pedí charlar un rato y te molestó que no quisiera estar al tema y punto. ¿Y ahora es al revés?

—La última vez… —Hizo una pausa, recordando—. Vino la emisaria Auriena, ¿verdad?

La confusión de Kathli le impedía responder. Durante el último año, Treene había estado más cercana que nunca con ella. Esa misma mañana, habían estado riéndose y susurrándose que deseaban verse por la noche y arrancarse las ropas. Y de repente parecía que hubiera cambiado de idea.

—Sabes que sí. Lo viste igual que yo. Es la tercera vez que hacemos esto, joder —masculló—. No es una situación en la que los recuerdos por rutinarios.

Treene bajó la mirada y suspiró:

—Es suficiente.

Dos figuras altas y robustas agarraron las muñecas de Kathli y  le retuvieron las manos en su espalda. Ella, confusa, no ofreció ninguna resistencia mientras veía a su amante transformándose en la emisaria Auriena.

—¡¿Cómo te atreves?! —bramó Kathli.

—Kathli Voriet —fue toda la respuesta de Auriena—. Quedas arrestada por doble delito: relación amorosa en la OMI y mentiras a un alto cargo. Dirigidas a mí, para ser exactas. Hace justo un año.

La musa dejó de intentar zafarse, asumiendo la derrota y no pudiendo evitar derramar lágrimas.

—¿Cómo lo sabíais? —preguntó—. ¿Cómo sospechasteis que Treene y yo…?

—No se puede engañar al sistema, Voriet —explicó—. Lo sabemos todo. Esto lo sospechábamos desde hace dos años. Y tú lo has confirmado.

—¿Dónde está ella? —quiso saber Kathli.

—Treene Coire ha sido detenida hace unas horas cuando salía de trabajar. Ella suma un delito más: utilizar sus poderes con motivos no inspiracionales. No estábamos seguros, pero tú has confirmado que estaba aquí cuando vine el año pasado.

Kathli recibió la noticia como un hachazo en el pecho. El nudo de su garganta aún se apretó más cuando comprendió que ella le había puesto en una situación todavía peor. La culpa sólo le permitía hablar en un hilo de voz:

—Y ahora… ¿y ahora qué? —titubeó.

—Tendréis un juicio —explicó Auriena—. Con suerte os perdonarán un par de deslices románticos tontos. Quizá lo demás no. Sabes cuál es el castigo por todo lo que habéis hecho.

Asintió como respuesta y musitó:

—La muerte.

—Así es —confirmó la emisaria—. Una disculpa pública podía ablandar al juez. —Exhaló un suspiro—. No quiero que os maten. Sólo hago mi trabajo. No seas idiota, pide perdón y sigue con tu vida.

Kathli se imaginó a Treene siendo ejecutada. A su propio hijo huérfano. Le aterraba esa idea, pero más aún negar la verdad.

—No estoy arrepentida —respondió—. No me arrepiento de amarla. —Tragó saliva y apretó los dientes—. Sólo de no haber podido demostrárselo más que una vez al año.
Auriena sacudió la cabeza con lástima.

—Entonces me temo que sólo os queda la muerte.

—No —sentenció Kathli.

La musa comenzó a brillar y brotaron plumas de los poros de su piel. Su cuerpo encogió hasta adoptar la forma de un águila, que graznó al viento y atravesó la pared hasta abandonar su hogar. Auriena abrió la ventana y gritó en la lejanía:

—¡Estás tan acabada como Coire! ¡Has usado tus poderes!

Kathli ignoró a las palabras de la emisaria, que se perdieron entre el viento y voló hasta la sede de la OMI. Una vez en sus puertas, adquirió la apariencia de Auriena y entró.

—Yo también sé jugar a esto —murmuró.

La falsa emisaria recorrió los pasillos hasta llegar al Área de Castigo.

—¡Emisaria Auriena! —dijo la guardia de la planta—. ¿En qué puedo ayudarle?

Kathli tomó aire e intento adoptar un tono de voz lo más neutral posible.

—Quisiera hablar con Treene Coire.

La guardia asintió y le acompañó hasta la puerta de la celda. Treene, que estaba en el interior, se levantó de su asiento. De pronto, Kathli comenzó a marearse y recuperó su forma original.

—¡¿Qué está pasando?!

La guardia alzó su arma y apuntó a Kathli.

—Aquí no puedes usar tus poderes —aclaró Treene.

Pero ella no se rindió. Comprendió que le quedaba poco que perder y se abalanzó sobre la guardia hasta arrebatarle el arma de sus manos en un violento forcejeo. Kathli se levantó y apuntó a la guardia.

—Abre la puta puerta —ordenó.




Minutos más tarde, ambas amantes volaban lejos de la ciudad. Aún no habían mediado palabra, ni siquiera cuando claramente estaban ya lo bastante lejos. Treene comenzó a descender hasta tierra firme, lo que Kathli se vio obligada a imitar.

—Me has salvado —dijo Treene, aún impactada.

—Todavía no estamos a salvo —aclaró Kathli—. Nos seguirán. Jamás se detendrán hasta dar con nosotras.

—Tienes un hijo, Kath.

—Llamaré a Maraen en cuanto tenga posibilidad. Buscaré una solución. Encontraremos un lugar seguro. —La ansiedad impregnaba las palabras de la musa, acompañadas de lágrimas y temblores.

—Nos encontrarán.

—Es lo más probable.

—Nos matarán.

—En tal caso, sí.

Treene tomó el rostro de Kathli entre sus manos.

—Entonces, ¿por qué lo has hecho?

La miró fijamente a los ojos y susurró:

—Porque es Navidad.

Los labios de las musas se fundieron en un profundo beso, humedecido por las lágrimas de ambas, a lo que sólo siguió un silencioso abrazo de varios minutos. Sus cuerpos, en mitad de ninguna parte, temblaban de miedo y pasión.

—Saldremos de ésta —balbuceó Treene—. Juntas.

—Juntas.




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