Esta entrada es una continuación de Cuento de Navidad: La Organización de las Musas Inspiracionales . Recomiendo su lectura para entender la historia con más profundidad. Feliz Navidad.
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—Por
favor, quédate esta vez —rogó Kathli.
—Está bien.
Treene, que ya estaba volviéndose a colocar sus prendas, se
despojó de ellas de nuevo y se acurrucó a su lado. La musa se apretó contra el
cuerpo de su amante.
—Navidad —murmuró Kathli.
—Así es. —Treene esbozó una sonrisa tierna, pero inquieta a
la vez—. Es difícil centrarse sabiendo que esto está mal.
Kathli chistó sonoramente.
—Mi hijo está durmiendo ya, baja el tono…
—No sabría decir si este año ha pasado despacio o rápido —comentó
Treene, casi en un susurro—. Por un lado, el deseo de que llegara de nuevo este
día me hacía seguir adelante y las cosas fluían solas. Por otro, parecía que
jamás llegaría.
—Un año es mucho tiempo —Kathli estiró su brazo hasta la
mesilla de noche y sacó una cajetilla de tabaco. Durante el último año había
intentado dejar aquella costumbre, pero ella siempre defendía que un cigarrillo
después del sexo era como lavarse las manos después de comer—. Deberíamos
vernos más.
—Nos vemos cada día, cielo.
—No me has entendido —negó con la cabeza. Clavó sus pupilas
en las de Treene—. “Vernos”.
—Kath... —Exhaló un suspiro—. Adoro acostarme contigo. Pero
creo que adoro más mi vida —aclaró—. Ya sabes que eso vulnera el protocolo de
la Organización. Me informé sobre todo esto. Nos matarían, Kath. Las musas no
pueden tener relaciones amorosas entre ellas.
—¿Y entonces por qué te arriesgas hoy? Si tanto miedo
tienes, ¿por qué un día al año sí?
—Porque no aguantaba ni un minuto más.
Treene se colocó sobre ella y la besó. Aún no se había encendido
el cigarrillo, así que su amante lo agarró y se lo tiró al suelo. Kathli se
quejó, pero Treene le tapó los labios con el índice:
—Deja esa mierda ya. Quiero seguir viniendo muchos años a…
“verte”.
—Siempre fumo después de…
—No quiero conocer más detalles —la interrumpió.
—No ha habido nadie más en este año, si es lo que…
—No digas nada más. Simplemente déjalo.
Kathli frunció el ceño.
—Pero Treene… —musitó.
—Pensaba que querías un segundo asalto —refunfuñó Treene,
bajándose de su amante y tumbándose de nuevo a su lado—. Pensaba que por eso
querías que me quedara.
—No… —murmuró Kathli con tristeza—. Sólo quería… charlar.
—Eso podemos hacerlo cualquier día en la sede. Ahora es
peligroso.
—Pues correré el riesgo, pero habla conmigo.
Treene bufó. Sin embargo, enseguida entendió lo injusta que
estaba siendo con Kathli, y tras unos segundos en los que lo único que quebró
el silencio fue el beso que le dio en el hombro, la musa preguntó:
—¿Y de qué quieres hablar?
—¿Cómo ha sido tu día?
—¿En serio…? —Treene rió, divertida—. Veamos… Un pintor
había dado ya tres capas de diferentes colores al cielo de un cuadro. Había
probado con un atardecer al principio, pero eso habría supuesto dar un tinte
anaranjado al resto de la obra. El cielo oscuro de la noche tampoco encajaba,
pues la falta de luz no tenía sentido en la composición. Un día soleado, con un
firmamento celeste, quedaba forzado.
—Cediste rápido, por lo que veo. ¿Qué hiciste?
—Mimeticé en una gran luna llena.
—¿En pleno día?
—No es tan raro.
—¿Por qué una luna iba a estar en el cielo en pleno día?
—A veces, cuando es llena, puede verse incluso en el día.
Kathli rió pícaramente.
—Sabes que si eso sucede es porque una de Nosotras es esa
luna, ¿verdad?
—Pero Ellos lo ven como algo normal, y eso es lo que importa
—se defendió—. Bueno, en conclusión, optó por una noche con una gran Luna llena
de fondo y… ¡tachán! Obra acabada.
De pronto, unos golpes rotundos en la puerta principal
sobresaltaron a las amantes. Ambas se miraron, desconcertadas. Sólo la
Organización de las Musas Inspiracionales sabía cómo llegar a los hogares de
las musas, así que Treene titubeó:
—Lo saben. Han venido a por nosotras.
El cuerpo de Kathli temblaba de terror. Sabía que los
primeros golpes eran mera cortesía, pues las musas eran capaces de atravesar
fácilmente cualquier material. Se miraron de nuevo. Sus cuerpos desnudos habían
empalidecido. Eran conscientes de que quizá sólo les quedaran unos segundos de
vida, así que se besaron. Sus labios se fundieron, helados, sin sangre, por
última vez.
—Kathli Voriet —se oyó una voz áspera a la entrada de la
habitación.
La musa cerró los ojos unos instantes, y entonces miró hacia
la puerta. La emisaria Auriena posaba firme en el pasillo. Kathli temió su fin,
y entonces fue a agarrar la mano de Treene, pero no la encontró. La buscó con
la mirada, pero había desaparecido. En su lugar, un vibrador descansaba sobre
las sábanas. A Kathli le costó disimular el shock. Una mezcla de risa y rabia
le invadía.
—Pre… presente —balbuceó.
Auriena examinó con la vista toda la habitación. Era
evidente que había visto el vibrador, pero la incomodidad que suscitaba
mencionarlo se manifestó en fingir que no había nada en esas sábanas. Kathli ni
siquiera se había vestido. Auriena recorrió la habitación, incluso los rincones
más oscuros, donde sabía que las musas solían esconderse. Kathli se dio cuenta
de que realmente sospechaban que ella se acostaba con otra musa. Probablemente,
incluso imaginaran que era Treene.
Cuando Auriena terminó, se dirigió a Kathli ya desde el marco
de la puerta:
—¿Algo que declarar? —preguntó Auriena.
—A veces me masturbo, si es a lo que se refiere —bromeó
Kathli, fingiendo serenidad.
—Buenas noches, y disculpe la falsa alarma.
La emisaria desapareció. Pasaron más de cinco minutos en los
que Kathli no abrió la boca ni movió un músculo. Sólo temblaba. Su hijo parecía
no haberse despertado en ningún momento. Finalmente, cuando todo parecía
tranquilo, Treene volvió a adquirir su propia forma. Las musas se abrazaron con
fuerza.
—¿No podrías haberte convertido en un simple calcetín? —rió
Kathli con nerviosismo.
—He tenido que improvisar, y he supuesto que no me querría
tocar e inspeccionarme de esta manera.
Treene se puso en pie junto a la cama y comenzó a ponerse
sus ropas de nuevo. Kathli no dijo nada, comprendía que debía marcharse cuanto
antes.
—Acabamos de saltarnos otras dos normas, Kath —apuntó Treene—.
Tú has mentido a una emisaria y yo he utilizado mis poderes con motivos no
inspiracionales. Ambas tienen la misma pena.
—Parece que acumulamos delitos… —murmuró Kathli, sarcástica.
—Es peligroso. Te lo he dicho varias veces. Esto es una
locura. Acabará matándonos. No nos van a quitar el ojo de encima a partir de
ahora.
—Es nuestra Navidad, Treene.
—Lo siento, sabes que debo irme. Nos vemos mañana en la OMI.
Kathli gateó por la cama hasta rodearla por última vez con
sus brazos y besar su pecho:
—¿Entonces no volverás el próximo año?
—Kath… —Treene soltó a la musa y caminó de espaldas hasta el
rincón más oscuro, perdiéndose entre las sombras—. Aunque quisiera no volver,
nosotras también necesitamos inspiración.
—Adiós, mi musa.
—Hasta pronto, mi Navidad.
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