El joven miraba con frustración la pantalla de su ordenador
portátil, en la cual la primera página estaba completamente vacía desde hacía
casi una hora. Ya era el tercer café. Solía ir siempre a la misma cafetería
porque se ocultaba en uno de esos callejones que solo conocen aquellos que
viven a cien metros como máximo.
Kathli lo observaba desde el rincón más oscuro. Decidió que
ya había sido suficiente. Su cuerpo se transformó en el de un pequeño cachorro
de rottweiler. Caminó sobre sus cuatro patitas hasta el joven y le saltó
encima. Fue rápido de reflejos y lo agarró en el aire. El cachorro le dio dos
lametones en la cara y se le acurrucó. El joven no pudo evitar sonreír. Un par
de minutos después, el pequeño can se marchó por la puerta de la cafetería.
Kathli, ya en su forma original, pudo ver al muchacho empezando a teclear.
Acabó la jornada. Kathli pasó por la sede de la Organización
de Musas Inspiracionales (OMI) para fichar. En el aseo, se echó algo de agua a
la cara. Necesitaba despejarse antes de emprender el camino a casa.
—¿Un día duro, Kath? —le preguntó Treene mientras se
acicalaba sus rizos negros como el carbón.
—He tenido que inspirar a un chico que quería escribir un
relato en una cafetería. Tras analizarlo durante un par de días, decidí
convertirme en un chucho. —Se encendió un cigarrillo. Sabía que no estaba
permitido fumar ahí, pero hacía tiempo que estaba asqueada de ese trabajo.
Incluso le ofreció a su compañera, la cual se negó.
—No te quejarás. Yo he tenido que mimetizar en lluvia. A
través de una ventana, a las afueras de la ciudad. Un guitarrista que no
encontraba el último acorde de su composición.
—¿Crees que este trabajo lo merece? ¿El esfuerzo por lo que
ganamos?
—¿Y cuál lo merece, hoy en día? Al menos las musas podemos
decir que hacemos más feliz a la gente. ¿Qué sería del mundo sin inspiración? —Treene
agarró la mano a Kathli—. ¿Existiríamos siquiera?
—¿Y quién nos inspira a nosotras? —exhaló una bocanada de
humo—. ¿Por qué después de inspirar a alguien yo me siento igual de
desgraciada? —Se apartó uno de sus mechones rubios que entorpecían el recorrido
del cigarrillo.
—Tu hijo debería ser suficiente inspiración, preciosa.
Treene estaba en lo cierto. Esa noche, al llegar Kathli a
casa y pagar a la canguro, se sintió realmente bien al abrazar a aquel pequeño
de cinco años. Una hora era lo máximo que disfrutaba con él. Ya era tarde y
tenía que acostarse. Afuera hacía frío, así que lo tapó con dos mantas.
Era medianoche y Kathli estaba sentada en el marco de la
ventana del salón. Nevaba. Recordó aquel día en que mimetizó en una lechuza
blanca, volando entre los copos de nieve y posándose sobre una rama frente a
una diseñadora de vestidos de novia.
Se desnudó y se metió en la cama. Adoraba sentir el calor y
la suavidad de las sábanas en su piel. Una lágrima reptó por la cara hasta
empapar la almohada. Simple frustración.
—No llores, Kath —susurró alguien en la oscuridad.
La musa se sobresaltó y miró alrededor en la habitación.
Allí estaba Treene, en el rincón más oscuro, como ellas acostumbraban,
despojada de toda ropa. Kathli casi podía escuchar su corazón acelerándose
conforme se acercaba. Permaneció inmóvil mientras Treene tiró de las sábanas,
dejando su cuerpo desnudo a la intemperie. Sabía que ella no le iba a dejar
pasar frío. Se tumbó a su lado y las yemas de sus dedos recorrieron el torso de
Kathli.
—¿Realmente eres Treene? —preguntó—. ¿O sabías que solo ella
es capaz de inspirarme y has adoptado su forma?
—Quieres ir más allá, lo sé —fue toda respuesta—. Sé que te
gustaría inspirar a todo el mundo, pero sobre todo que tú te sintieras
orgullosa de ti misma. —La mano de Treene bajó hasta situarse entre las piernas
de Kathli—. Abstráete. —Empezó a acariciar—. Abstráete hasta que vayas más allá
de lo material, más allá de lo temporal. —Apretó más—. Encuentra la mayor
abstracción. —Kathli, con los ojos cerrados, comenzó a resollar—. Puedes sentir
que todos te contemplan. Que todos sonríen por ti. Y que tú sonríes por ellos.
Lo tienes todo. Lo has conseguido. Has alcanzado la máxima abstracción.
Kathli llegó al clímax entre los susurros de Treene.
Realmente podía sentirlo. No era ella misma. En esos días de frío, supo que
podría inspirar como nunca lo había hecho. Llegaría a todo el mundo, a los más
desamparados, los más privilegiados, a los más amables y a los más mezquinos.
Poseída por el éxtasis, supo que era capaz de cualquier cosa. Incluso de un
milagro.
Treene se levantó de la cama y se acercó a la ventana.
—No, quédate —rogó Kathli—. Jamás pude imaginar esto. Y
ahora necesito que regreses aquí.
—Somos musas muy diferentes, tenemos nuestras vidas. Nos
hemos saltado el protocolo del OMI, pero sentí que debía inspirarte, preciosa.
Kathli asintió. Sabía que estaba en lo cierto. Las normas
decían muy claro que no debían implicarse con otras musas.
—Una vez al año, Treene. Al menos te necesitaré una vez al
año.
—Entonces estaré de nuevo aquí en 365 días.
—¿Y cómo llamarías a lo que acaba de suceder? ¿A este tiempo
en el que ahora me sentiré capaz de inspirar y llenar de ilusión a todo el
mundo? ¿Cómo lo llamaremos cada año?
—Leí una historia curiosa hace algún tiempo cuyo nombre se
me quedó grabado en la mente. Lo llamaremos “Navidad” —propuso, pero no esperó
respuesta. Su cuerpo se convirtió en polvo blanco y, finalmente, en un haz de
luz, se perdió entre las estrellas mientras Kathli la observaba a través del
cristal.