viernes, 27 de junio de 2014

La complejidad del amor

Atada, amordazada, reprimida en una celda; ella le mira desde el otro lado de los barrotes. Él la mira y le sonríe. Ella le sonríe a él. Esa mirada. Esa capacidad de poder destruirle en cualquier momento.

Apaga las luces, oye las uñas arañar el metal. Quizá nunca salga de ahí. Ella le ama. Él la ama. Qué más da cuánto tiempo pasó desde el rapto. Ella le suplica que no la suelte. Él se preocupa por si los grilletes le aprietan demasiado. “No lo suficiente”, responde.

Esa enfermiza forma en que a veces la baña y roza su magullada piel. Ese rubor que a ella le invade con solo sentir la áspera yema de sus dedos. Ese día de la semana que por fin le da alimento. Gracias, mil gracias.

Ella quiere que sea él quien la mate. Que lo haga ya. Pero él no lo hace. No quiere matarla. Le importa. Es importante para él. Se preocupa por ella. Gracias, mil gracias.

Hay días en los que él solo se sienta y la observa. A ella le gusta que la mire. Fijamente a los ojos. Sin prisas. Sin distracciones. Dedica todo su tiempo a ella. Gracias, mil gracias.

Ambos son conscientes de que más allá de esas paredes nadie podría entender su amor. Que no son nada sin el otro. Lo endeble de su cordura.

Jamás saldrán. El amor es demasiado complejo ahí fuera.