Con motivo del inicio del nuevo curso, aquí traigo tres breves cuentos para que nuestros niños empiecen con fuerzas y, gracias a sus profundas moralejas, reflexionen y maduren en sus andanzas por la vida:
Cuento 1: El apretón
Érase un hombre humilde que un buen día, sin saber muy bien
cómo había llegado a darse tan honorable situación, tuvo una cena de empresa en
la que tenían, ni nada más ni nada menos, que al nuevo rey Felipe VI dando el
discurso principal.
Inconsciente él, comió todos los tentempiés que le ofrecían
en bandejitas, y poco a poco, una carga empezó a engendrarse en su interior.
Tenía unas ganas mortales de cagar, pero no iba a marcharse en pleno discurso
del Rey, sería un delito moral y perderse un acontecimiento histórico. Así que
esperó y esperó, con una multitud de topos buscando una salida por su ano. Ya
empezaban a asomar cuando el Rey finalizó. “¡Por fin!”, pensó.
Sin embargo, inmediatamente cerraron el lugar y no le
permitieron utilizar el servicio. El hombre corrió y se metió en su coche.
Tenía que cagar. Condujo en plena noche. Había doble atasco, tanto en la calle
como en su culo, y tardó una hora más en llegar a su casa. Bajó del coche.
Al subir a casa, no se cagó en su mujer porque quizá moría
ahogada. Tenía el baño ocupado. Se estaba depilando el chocho. “¿Puedo
entrar?”, rogó. “¡Me da vergüenza que me veas así, ve al otro baño!”.
El hombre caminó con el culo pegado a la pared, haciendo
tapón, y rezando todo lo que se sabía, incluso le dio tiempo de tararear el
opening de Dragon Ball. Desafortunadamente, al entrar en el otro baño, vio que
no había váter. “¿¡Qué cojones…?!”, chilló. Su mujer lo había perdido en una
partida de póker.
Con lágrimas en los ojos y pensando una forma de asesinar a
su mujer sin que los medios lo calificaran como “violencia machista”, bajó a la
calle y corrió en busca de un bar. Resultó ser el Día Tuitero de No Abrir tu
Bar. “Joooodeeeer…”.
Miró a ambos lados de la calle. No había nadie. A la mierda,
nunca mejor dicho. Vio un árbol. Oh, bendito árbol. Iba a abonarlo para un año.
Se bajó los pantalones. Ya con el culo al aire y el badajo tañendo las campanas
para anunciar lo que se aproximaba, apareció el Rey. “Buenas noches”, le dijo
Felipe VI. Cuando el hombre abrió la boca para responder, dejó de ejercer
presión y su culo cedió. Un pedo ensordecedor emanó de su ano.
Se prolongó al menos durante diez minutos. El Rey miraba
anonadado al hombre ponerse colorado mientras ese trompeteo amenizaba el
silencio y unos buitres empezaban a volar en círculos sobre sus cabezas al oler
la pestilencia de la carroña.
Cuando la flatulencia al fin cesó, el hombre se dio cuenta
de algo terrible: no tenía ganas de cagar. Solo había sido un maldito pedo.
Todo por un pedo. El Rey se marchó sin decir nada más. El hombre se subió los
pantalones. Un pedo. Maldita sea.
MORALEJA: A veces guardarte todo dentro no es bueno. Podría
ser solo un pedo y estar amargándote la vida.
Cuento 2: Caraculo
Érase una vez un hombre con un serio problema de autoestima.
En su caso, estaba más que justificado.
Su mujer siempre le llamaba “caraculo”. Tenía gracia al
principio, pero se convirtió en costumbre. Sus hijos empezaron a hacerlo
también. Cuando iba al trabajo, era oficialmente el “caraculo”. Por los
pasillos, en las reuniones, viajes de empresa, convenciones... Caraculo.
Ni sus amigos le respetaban. Era llegar y todos: “Aquí está
el caraculo”, y le obligaban a beber en orinal. Era insoportable para él. Buscó
apoyo en sus padres, pero ellos, por su avanzada edad, no lo reconocían.
“¿Quién es este hombre con cara de culo?”, preguntaban con inocencia.
Tanta presión le hizo caer en lo más bajo. Tuvo una aventura
con una joven, a escondidas de su mujer, claro, pero más tarde se enteró de que
era una fetichista de lo anal. Vaya.
Desesperado cogió el coche bajo los efectos del alcohol. El
caraculo condujo y condujo hasta detenerse en el puente. Se bajó y saltó la
barandilla. Ya en el bordillo, se asomó para ver si la altura era suficiente para
matarse.
Justo en ese momento, un albañil que trabajaba en la reforma
del puente le vio asomarse y le gritó: “¡¡¡OIGA, QUE AQUÍ NO SE PUEDE
CAGAR!!!”.
MORALEJA: Si no les gusta tu cara, que miren tu culo.
Cuento 3: Solicitud de amistad
El caballero abrió la puerta del torreón, empapado con la
sangre del dragón y cojeando por la cruenta lucha que acababa de tener lugar.
La princesa se hallaba con su portátil en la cama.
—¿Tú no tendrías que estar dormida, y que yo te despertara
con un beso y esas cosas?
—Relaja, tío. Unas amigas están subiendo unas fotos de su
viaje a los Bosques de Rezzgarlüm.
—No me jodas, ¿qué amigas? Se supone que llevas aquí
encerrada toda tu vida esperando a un caballero que te rescate.
—Claro, pero amigo, ¿Internet? ¿Te suena? Redes sociales,
conocer gente, ya sabes. ¿Has venido por el evento que puse en Facebook?
—Evento de… ¿de qué coño hablas?
—En Facebook.
—Vi una foto en Instagram. Foto desde el torreón, filtro
Hudson, creo.
—¿A través de qué hashtag?
—Mmm… #Instarescate, o algo así.
—¿Y cómo has podido pasar con ese dragón ahí?
—Lo he matado, ¿qué iba a hacer?
—¡¿QUÉ?! ¡No al maltrato animal! Voy a compartirlo en
Facebook, una imagen con el dragón desangrándose seguro que conciencia a la
gente.
—¿Tú deliras? Un dragón no es un animal.
—¿Qué es si no?
—No sé, una criatura mitológica.
—Un animal. Asesino.
—Mira. Ya vale. He venido hasta aquí, que no sabes la de
trasbordos de mierda que he tenido que pasar. He matado a un puto dragón que
medía como… ¿ocho metros? Con una puta espada forjada con diamante, que es la
única capaz de matar a semejante bestia. Que tú no sabes lo que me ha costado
encontrar un puto sitio en el que forjaran espadas de diamante en Albacete.
Pero lo he hecho. He salido victorioso, llego aquí y, al menos, un jodido beso
me darás, ¿no?
—Has matado al dragón. Asesino.
—A Cenicienta un pardillo le puso un zapato de su talla y se
casó con él. Yo te he matado un maldito dragón.
—Asesino.
—Me cago en la leche, bésame y me voy, que no te pido más.
—Vete a Meetic. Cierra la puerta al salir. Además, parecías
más guapo en la foto de perfil. El viejo truco del brillo. Y deja el puto
móvil, que te estoy hablando.
MORALEJA: Cómo nos han complicado las relaciones las tecnologías,
¿eh?