miércoles, 31 de diciembre de 2014

Cuento de Navidad: La Organización de las Musas Inspiracionales

El joven miraba con frustración la pantalla de su ordenador portátil, en la cual la primera página estaba completamente vacía desde hacía casi una hora. Ya era el tercer café. Solía ir siempre a la misma cafetería porque se ocultaba en uno de esos callejones que solo conocen aquellos que viven a cien metros como máximo.

Kathli lo observaba desde el rincón más oscuro. Decidió que ya había sido suficiente. Su cuerpo se transformó en el de un pequeño cachorro de rottweiler. Caminó sobre sus cuatro patitas hasta el joven y le saltó encima. Fue rápido de reflejos y lo agarró en el aire. El cachorro le dio dos lametones en la cara y se le acurrucó. El joven no pudo evitar sonreír. Un par de minutos después, el pequeño can se marchó por la puerta de la cafetería. Kathli, ya en su forma original, pudo ver al muchacho empezando a teclear.

Acabó la jornada. Kathli pasó por la sede de la Organización de Musas Inspiracionales (OMI) para fichar. En el aseo, se echó algo de agua a la cara. Necesitaba despejarse antes de emprender el camino a casa.

—¿Un día duro, Kath? —le preguntó Treene mientras se acicalaba sus rizos negros como el carbón.

—He tenido que inspirar a un chico que quería escribir un relato en una cafetería. Tras analizarlo durante un par de días, decidí convertirme en un chucho. —Se encendió un cigarrillo. Sabía que no estaba permitido fumar ahí, pero hacía tiempo que estaba asqueada de ese trabajo. Incluso le ofreció a su compañera, la cual se negó.

—No te quejarás. Yo he tenido que mimetizar en lluvia. A través de una ventana, a las afueras de la ciudad. Un guitarrista que no encontraba el último acorde de su composición.

—¿Crees que este trabajo lo merece? ¿El esfuerzo por lo que ganamos?

—¿Y cuál lo merece, hoy en día? Al menos las musas podemos decir que hacemos más feliz a la gente. ¿Qué sería del mundo sin inspiración? —Treene agarró la mano a Kathli—. ¿Existiríamos siquiera?

—¿Y quién nos inspira a nosotras? —exhaló una bocanada de humo—. ¿Por qué después de inspirar a alguien yo me siento igual de desgraciada? —Se apartó uno de sus mechones rubios que entorpecían el recorrido del cigarrillo.

—Tu hijo debería ser suficiente inspiración, preciosa.

Treene estaba en lo cierto. Esa noche, al llegar Kathli a casa y pagar a la canguro, se sintió realmente bien al abrazar a aquel pequeño de cinco años. Una hora era lo máximo que disfrutaba con él. Ya era tarde y tenía que acostarse. Afuera hacía frío, así que lo tapó con dos mantas.

Era medianoche y Kathli estaba sentada en el marco de la ventana del salón. Nevaba. Recordó aquel día en que mimetizó en una lechuza blanca, volando entre los copos de nieve y posándose sobre una rama frente a una diseñadora de vestidos de novia.

Se desnudó y se metió en la cama. Adoraba sentir el calor y la suavidad de las sábanas en su piel. Una lágrima reptó por la cara hasta empapar la almohada. Simple frustración.

—No llores, Kath —susurró alguien en la oscuridad.

La musa se sobresaltó y miró alrededor en la habitación. Allí estaba Treene, en el rincón más oscuro, como ellas acostumbraban, despojada de toda ropa. Kathli casi podía escuchar su corazón acelerándose conforme se acercaba. Permaneció inmóvil mientras Treene tiró de las sábanas, dejando su cuerpo desnudo a la intemperie. Sabía que ella no le iba a dejar pasar frío. Se tumbó a su lado y las yemas de sus dedos recorrieron el torso de Kathli.

—¿Realmente eres Treene? —preguntó—. ¿O sabías que solo ella es capaz de inspirarme y has adoptado su forma?

—Quieres ir más allá, lo sé —fue toda respuesta—. Sé que te gustaría inspirar a todo el mundo, pero sobre todo que tú te sintieras orgullosa de ti misma. —La mano de Treene bajó hasta situarse entre las piernas de Kathli—. Abstráete. —Empezó a acariciar—. Abstráete hasta que vayas más allá de lo material, más allá de lo temporal. —Apretó más—. Encuentra la mayor abstracción. —Kathli, con los ojos cerrados, comenzó a resollar—. Puedes sentir que todos te contemplan. Que todos sonríen por ti. Y que tú sonríes por ellos. Lo tienes todo. Lo has conseguido. Has alcanzado la máxima abstracción.

Kathli llegó al clímax entre los susurros de Treene. Realmente podía sentirlo. No era ella misma. En esos días de frío, supo que podría inspirar como nunca lo había hecho. Llegaría a todo el mundo, a los más desamparados, los más privilegiados, a los más amables y a los más mezquinos. Poseída por el éxtasis, supo que era capaz de cualquier cosa. Incluso de un milagro.

Treene se levantó de la cama y se acercó a la ventana.

—No, quédate —rogó Kathli—. Jamás pude imaginar esto. Y ahora necesito que regreses aquí.

—Somos musas muy diferentes, tenemos nuestras vidas. Nos hemos saltado el protocolo del OMI, pero sentí que debía inspirarte, preciosa.

Kathli asintió. Sabía que estaba en lo cierto. Las normas decían muy claro que no debían implicarse con otras musas.

—Una vez al año, Treene. Al menos te necesitaré una vez al año.

—Entonces estaré de nuevo aquí en 365 días.

—¿Y cómo llamarías a lo que acaba de suceder? ¿A este tiempo en el que ahora me sentiré capaz de inspirar y llenar de ilusión a todo el mundo? ¿Cómo lo llamaremos cada año?


—Leí una historia curiosa hace algún tiempo cuyo nombre se me quedó grabado en la mente. Lo llamaremos “Navidad” —propuso, pero no esperó respuesta. Su cuerpo se convirtió en polvo blanco y, finalmente, en un haz de luz, se perdió entre las estrellas mientras Kathli la observaba a través del cristal.