martes, 31 de marzo de 2015

Cómo empezó todo

Hola a todos aquellos que dedicáis vuestro tiempo a leerme. Como habréis notado, me he habituado a subir a final de mes una entrada, la cual suelo escribir en algún momento de dicho mes, o incluso ya la tenía guardada de mucho antes.

El otro día estaba viendo mis primeros textos y encontré uno de esos primeros capítulos que todo escritor redacta imaginando una novela larguísima y se queda en agua de borrajas. Cuando tenía 14 años (¡madre mía, ya han pasado más de 8 años de aquello!) ya hacía mis pinitos con historias absurdas, y es por ello que este mes os traigo algo especial. Mis inicios. Aunque sea largo, os animo a leer uno de mis primeros textos, el cual, desafortunadamente, nunca se continuó. ¡He dejado la redacción como estaba, no me gusta hacer trampas!

Gracias a todos por estar ahí.



Capítulo 1: La lámpara que hacía galletas
  


Aquel día empezó asquerosamente mal. Era el cumpleaños de mi profe de mates y se había maquillado. ¿Pretendía parecer más joven? Yo le echaba por lo menos sesenta o algo así. Pero esa no fue la razón de mi asqueroso día. Tampoco lo fue cuando Jaime se sacó un moco y se lo pegó en el sobaco a otro de clase que no sé cómo se llama. Dijo algo así como “jamalajamalajá” por lo que entendí que era español. Mi clase no me gustaba. Todos tenían dos ojos, dos orejas, una nariz, una boca, un pene las chicas y una vagina los chicos… ¿o era al revés? Cierto, era al revés… Tenían una oreja y dos narices. Bueno… ¿de qué hablaba? Ah sí… nunca había comido unos espaguetis así… ¡Me encanta la verdura! ¡Y las anillas de los cuadernos de anillas!

            Pues eso… que el día en sí era un poco mierda… por eso lo de “asqueroso”. La mierda es asquerosa. Así que se podría decir que era una mierda de día. Sí, lo era. Era una mierda de día.

            Volví reventado de las clases. A última hora habíamos tenido Historia y odiaba las raíces cuadradas.

-          ¡Hola Rodolfo! — dijo mi madre.
-          Sí  — contesté sin pensármelo dos veces.

            Fui a mi habitación antes de que me empezara a dar el coñazo con lo de que si no comiera yogures de queso entre horas, lo de que limpie los pelacos que se quedaban en la bañera, que a ver cuándo cojones me voy de casa, que a ver si me pudro en el infierno… en fin, esas cosas de madres. Pero la verdad es que me caía bien, le había cogido cariño. Nada más entrar a mi habitación me quité la mochila, me la comí y encendí el ordenador. Me metí al chat de E.P.A. (Eyaculadores Precoces Anónimos). Siempre entraba ahí. Podría decirse que era el tornillo de mi almohada. Nunca se me dieron bien las metáforas.

            "¡¡¡RIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIING!!!". Corriendo, fui a cagar. Luego caí en la cuenta de que estaba sonando el teléfono. Corrí al teléfono con los pantalones bajados.

-          ¿Diga? —dije con un par de gónadas.
-          ¡Hola, primo! ¿Sabes quién soy?
-          ¿Papá?
-          ¡¡Soy chica y además he dicho “primo”!!
-          ¿Carlos?
-          ¡Chica!
-          ¿Hermanita?
-          ¡Pero si no tienes hermanas!
-          Santa Claus.
-          Dios… ¿pero tú qué cojones entiendes cuando digo “primo”?
-          ¡Ah, coño!
-          ¿Ya?
-          ¡HERMANITA!
-          Oye mira que te den… Soy tu prima Lola que he venido a Rabotown a pasar el resto del curso aquí…
-          Ya lo había sospechado.
-          Sí, bueno… Pues eso, que he pensado: este primo mío no tendrá nada que hacer… así que podría enseñarme la ciudad…
-          ¡Qué buena idea! ¡Díselo!
-          Pero vamos a ver… ¡tú eres mi primo! Hablaba de ti, joder.
-          ¿Hermanita?
-          Joder… Mira, a las cinco en la Plaza Patilla.
-          De acuerdo, tata.
-          Buf… adiós, primo… no tienes remedio.
-          Adiós Superman.

            Colgué ese extraño aparato parecido a un teléfono. Aún no me creía que hubiera hablado con Tom Cruise. Estuve anonadado dos horas mirando la grieta de una baldosa hasta las cinco de la tarde. Salí corriendo, ya que la Plaza Patilla estaba a unas dos horas a patinete. Me gustaba ir en bici. En cambio, fui andando.
            Todo el mundo me miraba por la calle, algunos incluso se apartaban, pero no le di importancia.

            Tres horas después llegué a la Plaza Patilla. Solía ir a esa calle a comprarme chicles, ya que me pillaba cerca de casa. Ahí me encontré a mi prima.

-          Rodolfo… ¿por qué llevas los pantalones bajados? —preguntó.

            ¡Mierda! Llevaba con ellos bajados desde que había ido a cagar para coger el teléfono. Me los subí y cerré la cremallera a la segunda (en la primera me la pillé y tuve que ir a urgencias y volver a la plaza).

-          Jopé... pues qué casualidad habernos encontrado aquí —le dije—. Porque yo había quedado con alguien… que no recuerdo por cierto.

-          Pero si ésa era… en fin, vamos a dejarlo. —Me dio un abrazo que casi me asfixia. Por decirlo finamente, tenía un par de tetacas que podía cascar nueces.

-          Bueno... ¿qué te trae por aquí? — pregunté, ya que ella vivía en un pueblo de aquí cerca, Villaglande.

-          También te lo he dicho por teléfono… vengo a hacer el curso aquí ya que en mi pueblo sólo hay colegios nudistas. Y como ya lleváis dos semanas, me costará pillaros el ritmo, pero bueno… no creo que hayáis avanzado mucha materia, ¿no?

-          No sé, es que yo en clase me dedico a pensar en plátanos azules.

-          Bueno… entonces, no seré la que peor vaya en clase —Se rió.

-          No, Lola, yo siempre seré más gilipollas. ¡Tengo una idea! ¡Voy a enseñarte un poco la ciudad!

-          ¿Cómo que tu idea? ¿Pero tú has escuchado algo mientras hablábamos por teléfono?

-          Qué va… Estaba con los pantalones por los tobillos y agarrando el aparato con la mano.

            Me miró con cara de asco y propuso que empezáramos a pasear. Me pareció buena idea. La llevé a ver la alcachofería, la esquina de los vagabundos que olía a pis, el parque de los drogatas, el río (que, por cierto, me clavé una jeringuilla que había por el suelo), a un bar con luz rosa y señoras desnudas… Yo pensé que sería lo más importante de la ciudad. Tampoco iba a ser tan gilipollas de enseñarle lo peor, como la catedral románica, el monumento a Cojoncio IV o el mercado medieval.

-          Oye, está empezando a anochecer y tengo hambre… ¿Volvemos cada uno a nuestra casa o cenamos por ahí? —dijo mi prima.

-          Pues, hombre, en mi casa no me dan de cenar y siempre tengo que robar cosas de la basura al vecino… así que vale, no es mala idea eso de ir por ahí.

-          Guay, por ahí hay una heladería, ¿no? Pues vamos para allá.

            Me compré un helado de 7 bolas porque no tenía hambre. Ella, en cambio, solo se cogió uno de sabor a hierro oxidado. Caminamos por las calles mientras se hacía de noche. Ella iba hablando mientras yo pensaba en aquella grieta de la baldosa con la que estuve empanado durante dos horas antes de ir a la plaza. Al final nos sentamos en una cagada de caballo mirando al Río Mojao, que es el único río que pasa por Rabotown.

-          Y la gente de clase… ¿qué tal es? —me preguntó Lola.

-          Hombre pues tienen dos orejas, una nariz, dos ojos…

-          No, no… digo que si son majos.

-          De verdad… qué poco superficial eres. Hay que ser muy imbécil para pensar que lo importante es el interior. Una buena persona es aquella que está buena y que puedes copular con ella. ¡Cuánto tienes que aprender, hermanita!

-          Entonces tú serías un cabrón —dijo, y se empezó a encanar.

            No entendía por qué se reía, pero me reí para no parecer tonto. Miré a ambos lados de la calle. No había nadie y además hacía un frío de cagarse patas abajo. El eco de las risas se oía chachi.

-          ¡¡¡¡¡PENE!!!!! —grité, y el eco repetía “pene” sin parar.

—      ¿Pero tú estas mal o qué? —dijo.

            Antes de poder responder “triángulo” se oyó un petardazo. Sonó algo así como "¡CATAPUNCHIS!". Bueno, en realidad parecía un disparo. Tras esto, se oyó el grito de una mujer o, en su defecto, de un mariquita. Acto seguido se oyeron dos disparos más. Lola y yo nos miramos. Ninguno se atrevía a decir nada. Al final, cogí aire y dije:

-          ¿Tú nunca te has preguntado si la esterilidad es hereditaria?

-          ¿Pero eres tonto? No me digas que no has oído esos disparos.

-          Ah, sí… Lo mejor sería ir a casa y comer yogures de queso…

-          Y una mierda. Tú te vienes conmigo a investigar… Se ha oído en la orilla del río, así que ven.

            Tenía que reconocer que me había hecho mis necesidades encima. Vi cómo se levantaba y se iba. Dos segundos después, volvió.

-          ¿Pero vienes o no?

-          No entiendo.

-          Pues que si me acompañas a mirar qué ha pasado.

-          Explica.

-          Que vengas para ver qué era ese ruido.

-          Rojo.

-          Dios, ?pero por qué me tenía que tocar un primo así…?

            Me cogió y me llevó del brazo como hacía mi profesor de Religión en la intimidad. Bajamos a la orilla del río. Estaba muy oscuro y no se veía nada. Si no me hubiera cagado en los pantalones cuando lo de los disparos, me hubiera cagado entonces. Se oyó como si pasara un rinoceronte de color rosa con un piercing en el glande.

-          ¿Has oído esos pasos? —me preguntó.

—     ¿Cómo que pasos?

¡Claro! ¿Cómo no se me había ocurrido? No era un rinoceronte, sino pasos.

-          Vamos a ver qué pasa… —propuso mi prima, que parecía no oler el jugoso pastel que había en mis pantalones.

            De repente, vimos a un hombre arrastrando un saco negro de color verde hacia el río. Corriendo, nos escondimos detrás de un unicornio que había allí. El hombre llevaba un gorro de Mickey Mouse, una camiseta rosa fosforito y unos pantalones verdes que tenían escrito en el culo: “Introduzca la pilila”. También llevaba plataformas y unas gafas de sol rojas. Por sus pintas diría que era metrosexual. Vimos cómo cogía el saco con el pie izquierdo y lo lanzaba al río. El saco desapareció por arte de magia (más tarde descubrí que es que se había hundido).

-          Tío, ¿estás viendo lo que estoy viendo? —susurró Lola.

-          Sí, tía, se le ha caído el saco al pobre…

-          Pero a ver… ¡que este hombre se ha cargado a alguien!

-          ¡No jodas! —después de chillar eso, me di cuenta de lo alto que lo había dicho.

-          ¿Quién anda ahí? —se asustó el hombre.

-          ¡Mierda! ¡Corre! —y tras decir Lola esto, se echó a correr.

            Supuse que la había cagado, así que corrí hacia el señor hasta que me gritó Lola que era hacia el otro lado. Corrimos y corrimos, sin darnos la vuelta ni para mirar si nuestras huellas tenían forma parecida a la de un falo. Se oía al hombre persiguiéndonos cual murciélago come alubias con chorizo.

-          Vamos, llévame a una calle muy transitada. —pidió Lola.

-          Joder, ¿nos persigue un mamarracho y tú pensando en sexo?

-          ¿Sabes lo que es “transitada”?

-          Sí, pero… ¿a que tú no?

-          Buf… llévame a una calle con mucha gente.

-          ¿Ves cómo me cambias de tema?

            El hombre nos perseguía en la oscuridad, y por cierto, casi no se le veía porque el alcalde vendió las farolas de la ciudad para comprarse un cortaúñas. Después de cruzarnos con un señor que llevaba un jersey verde llegamos a la Calle Se. Miramos alrededor. El hombre había desaparecido.

-          Sabía que se iría en cuanto hubiera más gente —dijo mi prima, como pensando que era lista.

-          A todo esto, yo había quedado con mi hermana en la Plaza Patilla hace un rato ya…

-          Anda, vamos a casa.
           
            Cogimos la Calle Vatanga para ir hacia mi casa. Ambos nos habíamos quedado flipados con lo que habíamos visto. Justo al doblar la esquina vi una tuerca en el suelo, lo que hizo que aquel fuera un asqueroso día.