—¡Vámonos, Frank, por favor!
—sollozó Juliet—. Esta casa… ¡esta casa está maldita!
—Tranquilízate, Juliet —dijo él,
agarrándola por los hombros—. Acabamos de llegar, el pueblo es nuevo, no
estamos acostumbrados a vivir así.
—No acabamos de llegar, llevamos
tres meses, tres jodidos meses… ¡No quieres entenderlo…!
—Vamos a la cama, mañana será otro…
—¡Cállate! —lo interrumpió—. Se oyen
cosas, siento presencias en esta casa. Y el amigo imaginario de Lucy… Dios mío,
Frank, ¿cómo puedes no hacer nada?
—Mañana lo hablamos, estoy agotado —Frank
miró a Juliet fijamente hasta que ésta, al fin, cerró los ojos y asintió.
El demonio se encontraba bajo la
cama de matrimonio. Sintió cómo Frank y Juliet se tumbaban y apagaban las
luces. Había llegado el momento, lo que llevaba esperando desde que la familia
Rhodes llegó a la casa.
En su forma incorpórea, el demonio
reptó por el parquet hasta atravesar la pared de la habitación. Apareció dentro
de un armario del cuarto siguiente. Adquirió su forma corpórea y dio dos golpes
con el puño a la puerta. Lucy la abrió y le dejó pasar al interior de su
habitación. Una vez el demonio se sentó en la cama, la niña volvió a agacharse
para jugar con su casa de muñecas.
—Has tardado, empezaba a aburrirme —refunfuñó
Lucy, sin apartar la vista de la muñeca rubia.
La niña tenía ocho años. Su edad
atrajo al demonio desde que se efectuó el traslado a aquella casa. La piel
pálida de la niña, su pelo liso y negro, sus ojos ojerosos, eran perfectos para
su propósito. Vestía un largo camisón blanco que le cubría hasta los tobillos,
pues sus padres la habían acostado hacía rato, pero ella se había vuelto a
levantar para jugar y esperar a su amigo.
—Ha llegado el día, Lucy —dijo el
demonio sin rodeos.
—¿Qué día?
—¿No has visto nunca películas sobre
posesiones? A los americanos os va mucho eso. Ya sabes, de las que se llega a
una casa, pasan cosas terroríficas, y la pobre niña es poseída.
—¿Disney hace películas así?
—¡¿Qué diantres es Disney?! A ver,
las posesiones tienen unas fases previas. No todo es llegar y ya está.
—Entonces cuéntame —dijo la niña con
tono dulce, mientras volvía a jugar con sus muñecas.
—Primero una familia decide
trasladarse, y la casa siempre tiene un pasado oscuro, unos antiguos inquilinos
que murieron de una manera espantosa. Ahí es cuando empiezan a pasar cosas
extrañas, que hacen dudar si existe lo sobrenatural.
—Me lías, y tengo sueño —murmuró la
niña—. ¿Qué tengo que ver yo?
El demonio sonrió, no por simpatía,
pues su procedencia infernal le impedía tener ese tipo de sentimientos. Lo más
probable es que la inocencia de la niña le resultaba cruelmente manipulable. Se
levantó y arrodilló frente a ella.
—Tú encuentras un amigo. Un amigo
que actúa a espaldas de tu familia. Es alguien al que solo tú le ves algo
especial y que probablemente, si tus padres conocieran sin saber tu juicio
previo, les espantaría. Pero tú eres feliz, tú hablas de mí a tus amigos y a tu
familia. Y ellos no entienden nada, hasta que te empiezan a ver extraña. Y poco
a poco creamos un vínculo, en el que tú realmente me valoras y no te importa
nada más. Es entonces cuando, en tu debilidad, decido poseerte.
—¿Poseerme? —frunció el ceño la niña—,
¿en qué consiste eso?
—Un día me introduzco dentro de ti,
y al principio, sigues siendo tú. Pero poco a poco tu personalidad cambia, y a
peor. En tu mente, crees que lo que haces es lo correcto, pero lo que estás
haciendo es lo que yo quiero que hagas, porque no me sirve lo que tú eras antes
de entrar en ti. Solo necesito tu cuerpo para nutrirme de tus actos. Actos que
yo deseo. —El demonio contempló a la niña, que ahora había dejado de jugar con
sus muñecas para clavar la mirada en sus rojas retinas. — Progresivamente, te
vas alejando de tu familia y de tus amigos. Solo les haces daño y ellos están
horrorizados. Descuidas todas tus labores porque lo que tú quieras no me
importa. Hasta que llega un día en que anulas tu personalidad, y tu cuerpo me
pertenece, y podré hacer lo que me dé la gana con él. Acabaré con tus padres,
hermanos, compañeros de clase, vecinos… Te quedarás sola, pero tu capacidad
para darte cuenta quedará extinta porque tu cerebro actuará por mis impulsos,
toda tu vida seré yo. Toda tu vida será mía.
Lucy, aterrada, gateó hacia atrás,
dando una patada a la casita de juguete.
—¿Por qué ibas a hacer eso? —titubeó—.
Somos amigos.
—Por eso mismo, porque lo somos, y
me quieres, ¿me equivoco?
—Sí… eres mi amigo, llevamos tres
meses juntos y te quiero mucho, y tú a mí también.
El demonio soltó una rotunda
carcajada.
—¿Tú crees que alguien que te quiera
de verdad haría algo así contigo? —la criatura cabeceó—. No puedo sentir amor,
soy un demonio, en todo caso puedo no odiarte. Pero me vienes bien, y debo
aprovecharlo.
—¿Por qué iba a permitirlo yo…?
—Me dijiste que tenías… ¿ocho años?
Échale diez, doce años más como mucho. A esa edad, poco a poco muchos a tu
alrededor pasarán por lo mismo. Por quienes quieren. Así que… tú me quieres, te
toca a ti, ¿no?
Lucy dudó. Tres meses en los que
aquel demonio le había acompañado día y noche. Sí, era feliz con él.
—¿Hay tiempo para pensarlo? —preguntó
Lucy.
—La fase es ahora. —respondió el
demonio, negando la cabeza.
—Entonces introdúcete. —dijo la
niña, poniéndose en pie y abriendo sus brazos, dejando su pecho a la
intemperie.
El demonio volvió a sonreír, y otra
vez más, no por simpatía. Se levantó y puso la mano sobre el pecho de Lucy:
—¿Realmente los demonios somos tan
inhumanos? ¿O es que los humanos son tan demoníacos?
La criatura empujó su mano en el
pecho de Lucy hasta que comenzó a introducirse en él. La niña soltó un grito
ahogado hasta que sus ojos se tornaron a un color blanco brillante. Cuando el
demonio había penetrado casi hasta el hombro, poco antes de introducir el
cuerpo entero, acercó su rostro al oído de la Lucy y le susurró:
—Niña, lo único ficticio de esta
historia somos los personajes.
Y Lucy, totalmente poseída, se
desplomó en el suelo.