He tenido que correr para publicar
esto antes de que pase de moda. Vivimos en una sociedad en la que todo muere,
todo cambia, todo debe actualizarse. Hemos pasado de personas a consumidores,
algunos incluso a productos.
Claro ejemplo son los smartphones, que parecen tenerlo todo,
pero su batería no llega a cubrir la jornada laboral. ¿Creéis que no son
capaces de fabricar baterías que duren más? ¿Que no recortaron en ello
intencionadamente? Y es que la estrategia de mercado a seguir era sacar un
móvil increíble pero con poca batería primero, para que más adelante los saquen
con batería duradera. Así la gente se actualizará y estará en la onda. Doble de
ventas, o triple, que sacándolo completo a la primera. ¿Otro ejemplo? Cuando
llegaron las pantallas de 720 puntos ya existían las de 1080. Todo está
perfectamente preparado para que tengamos que estar a la última una y otra vez,
que nunca acabemos de ir a las tiendas, que no nos quedemos atrás. ¿Cuántos nos
quedamos sin ir a un plan porque aún no teníamos WhatsApp?
Así nos hemos empapado de la idea
de cambio constante, de adaptación a las tendencias, de que todo caduca, de una
obligatoria actualización. Jamás podemos estar contentos con lo que tenemos porque
siempre habrá forma de mejorarlo. Ya no disfrutamos por nosotros mismos.
Dependemos de nuestra adaptación en la sociedad. El neo-lamarckismo social. Pasamos
de formar parte del mundo a que el mundo forme parte de nosotros, y eso es un
error. Si la vida en sí misma no nos
llena y nuestra muerte no deja un vacío, ¿qué importamos? ¿En qué momento
queremos estar a la última para que todos vean que no estamos desfasados, si
esa gente no sentirá la pérdida de algo auténtico cuando desaparezcamos?
Las chicas se embadurnan en
maquillaje y los chicos se depilan las axilas. Hemos llegado a querer
mejorarnos a nosotros mismos como dicta la moda. Nos actualizamos, como si
tuviéramos un F5 en el ombligo. Los jóvenes cada vez tenemos más difícil
amanecer con nuestra pareja cubierta de acné o palmeando esos kilitos de más de
los michelines. Consideramos que eso no da orgullo. Eso, socialmente, parece
que debe ocultarse, cambiarse, arreglarse.
Hemos pasado de querer un móvil que saque mejores fotos a querer ser cool en las fotos. Nadie dice que querer
cambiar esté mal, pero cuando no es tu corazón, tus fracasos, tus éxitos, tus
deseos más puros de verdadera felicidad, los que motivan el cambio, ¿a quién
queremos complacer?
No tenemos la culpa. Nos han condicionado
así. Luchamos por unas titulaciones que actualmente tienen menos salidas que
una empresa de papel higiénico con ortigas. Es lo que nos piden. Titulitis, modernitis, maquillajitis.
Nos cambia de forma inductiva y se extiende con metástasis en la sociedad. En
nuestras manos está ser caducos o perennes. Diferenciación. Personalidad. De
nada sirve integrarse en un mundo desintegrador. Está acabando con la
individualidad, y esa es la que nos da el orgullo. La que nos permite
enamorarnos. La que nos permite soñar. La que deja huella. La que incita las
lágrimas en nuestro funeral. La que nunca, jamás, caduca.
Jopé, me quito el sombrero, caballero :D
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