martes, 28 de enero de 2014

La batería está a punto de agotarse

—Ojalá nunca hubiéramos llegado a esto —dijo Damián.

—Fue tan progresivo que ni nos dimos cuenta —suspiró Eva.

“¡¡¡PIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIII…!!!”.

Un pitido resonó en toda la cafetería. El terror invadió a un hombre dos mesas más allá, que derramó el café sobre la mesa al levantarse de un respingo. Dejó un billete de cinco euros sobre la mesa y ni siquiera esperó a que el camarero le diera las vueltas. Salió corriendo en menos de dos segundos de la cafetería.

—Hay que ser previsor, joder —se llevó las manos a la cabeza Damián—. No puede ser que no calcules el tiempo suficiente como para tomar un café. Yo antes de salir de casa me he cargado al 100%.

—Yo a las 8, mientras desayunaba.

—Esto… Eva.

—¿Qué pasa?

—Son las 12 menos cuarto.

Eva comenzó a temblar. El pánico le impedía moverse. Damián dejó un billete de diez euros sobre la mesa y le agarró el brazo.

—Mi coche está aparcado a dos minutos, ¡vamos!

—Estoy perdida…

—¡Te queda un cuarto de hora de batería, mueve el culo!

Salieron corriendo de la cafetería. Damián tiraba de la mano de Eva mientras buscaba con la mirada su coche. El corazón le dio un vuelco cuando vio que otro automóvil aparcado en doble fila bloqueaba el suyo.

—Mierda…

Eva distinguió el coche de Damián y el miedo acrecentó en su interior.

—Oh, Dios… —titubeó—. ¡¡¡Oh, Dios!!!

—Corramos, podemos llegar a tiempo.

—No, Damián, es imposible que…

—¡Calla y corre!

Volvió a tirar de su mano y al fin Eva reaccionó. Corrieron y corrieron, cruzando en rojo y empujando a todo el que les obstaculizaba el paso. El cadáver de un hombre yacía en la Plaza Mayor con la luz roja de su batería agotada encendida en mitad del pecho. Tuvieron que saltarlo por encima.

“¡¡¡PIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIII…!!!”.

La batería de Eva anunciaba que solo le quedaban cinco minutos de actividad. Aún quedaban un par de calles hasta su casa. Damián gritaba a los transeúntes para que dejaran paso. El pitido cada vez sonaba más fuerte, hasta obligar a ambos a taparse los oídos.

Por fin llegaron a casa, cuando los decibelios resquebrajaban los cristales del portal, y Eva, casi sin fuerzas, se desplomó sobre el sofá. Damián buscó el mando, el cual encontró enseguida sobre la mesilla de cristal, y encendió el televisor. Eva tenía los ojos cerrados, así que Damián abrió sus párpados con las yemas de los dedos y la puso frente a la pantalla, suplicando y rezando ante las imágenes de un anuncio de perfumes.

El pitido cesó y Eva consiguió levantarse por su propio pie. La batería de su pecho estaba cargada. Lo habían conseguido. Damián la abrazó y besó.

—Es lo que te decía Eva —le susurró—. Ojalá nunca hubiéramos llegado a esto. Imagina un mundo en el que no dependiéramos de las baterías, en el que pudiéramos pasar una tarde entera juntos, sin preocuparnos por ningún sonido irritante o tener que mirar una pantalla. Un mundo en el que la tecnología no materializara algo inmaterial, como es lo que siento estando contigo.

—Pero eso es imposible, Damián —apuntó Eva—. ¿Pasamos por tu casa, te cargas para otras cuatro horas y vamos al cine?

—Está bien, voy a mirar los horarios en Internet.
                                                                                         

1 comentario:

  1. Me ha dejado sin palabras, sinceramente. Qué bonita capacidad la suya de tratar temas tan actuales con pequeñas historias. Lo mejor es que he podido imaginar todo un trasfondo, el desarrollo... no sé, le he visto... ¿"potencial" es la palabra? Tal vez. Me ha encantado, en serio... y no puedo decirle más. Muy buen trabajo.

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