sábado, 31 de enero de 2015

Y todo por culpa de Durex

El otro día compré una caja de preservativos. Como todos los hombres acostumbramos, miré la fecha de caducidad –ya sabéis, por si acaso–, y cuán fue mi estupor al leer que me daban de margen hasta 2019. Me pareció ofensivo. Malditos Durex. Estáis permitiendo que la gente posponga echar un polvo cuatro años. ¿Dónde está el infundir ánimo y valentía a la sociedad?

Luego que hay crisis. ¿Cómo no va a haber crisis? Así nos pasa con todo. Todo empezó con dejar las relaciones sexuales para otro momento porque el látex es así, y tanta procrastinación nos hizo sentir demasiado cómodos. Eso originó desinterés por los quehaceres básicos. Quiebras, despidos, menos puestos de trabajo. La que has liado Durex. La has liado parda.

Y nos hemos idiotizado. Dicen que en una situación extrema la gente saca su verdadero ser. Sí, eso que pasa en las películas de miedo cuando deciden empujar al gordinflón como cebo a los zombies para así poder escapar con la maciza. Es cuando los que tenían el poder de cambiar las cosas deberían haberlo hecho, y no aprovecharse de esa situación. Pero así somos. Si pudiéramos evadir impuestos legalmente, o si pudiéramos ganar un poco más a costa de que otro gane un poco menos, lo haríamos. Tampoco le pondríamos el pie en el cuello para que se ahogara en un charco, pero quizá le dejaríamos caminar por el lado de la acera en el que gotean los balcones tras un día de lluvia. ¿A quién queremos engañar?

Nos pegamos veinte años estudiando para trabajar unos cuarenta. Cada vez se requieren más grados, másters, doctorados, cartas de Hogwarts y “ser-el-sobrino-de”. Y cuando al fin pisas las baldosas de una oficina te das cuenta de que las relaciones laborales se han convertido en felaciones laborales. En que por lo visto hay que agradecer que pierdas ocho horas de tus irrecuperables días en hacer tareas que no deberías hacer pero “es que eres nuevo y las cosas hay que ganárselas”. Porque es que el trabajo está muy mal, y es lo justo, ¿no?

Pero a veces hay que recordar que el que traga mierda, escupe mierda. Que no hemos perdido más de una cuarta parte de nuestra vida instruyéndonos para perfilar con nuestra lengua el ano de un déspota que sabe que las palomas siempre irán al maíz. Y que una formación de tantos años, esfuerzo y sudor, no solo te dan un título, sino una dignidad. Que al final, es esa dignidad la que te va a decir que por algo no tienes que pasar, y no todos esos exámenes que te pelaron los codos. Que podemos vivir amargados y seguir escupiendo la mierda que tragamos, o comprarnos esos caramelos de hierbabuena que te dejan el aliento fresco y huelen tan bien.

Y si no lo consigo, ¿qué? Entonces sigue luchando. Y si pasan los días y sigues sin conseguirlo, al menos sé feliz. Saca ese escritor que hay en ti. Empieza a tocar ese instrumento que nunca te creíste capaz. Enamórate. De ella, de él, o de la vida. Hay países en los que se levantan a las 6 a pescar y a las 8 ya están descansando porque ya tienen para vivir el resto del día. Hay gente viviendo de eso que te gustaría a ti. Tienes tiempo para construirte. Tienes todo el tiempo del mundo para lograr vivir como deseas.


En esta tesitura, no me queda otra que esbozar una sonrisa, tapar con el pulgar la fecha de caducidad y decirme en voz alta: "Quizá deberíamos empezar a vivir como si la caja de preservativos caducara la semana que viene".