El otro día compré una caja de preservativos. Como todos los
hombres acostumbramos, miré la fecha de caducidad –ya sabéis, por si acaso–, y
cuán fue mi estupor al leer que me daban de margen hasta 2019. Me pareció
ofensivo. Malditos Durex. Estáis permitiendo
que la gente posponga echar un polvo cuatro años. ¿Dónde está el infundir ánimo
y valentía a la sociedad?
Luego que hay crisis. ¿Cómo no va a haber crisis? Así nos
pasa con todo. Todo empezó con dejar las relaciones sexuales para otro momento
porque el látex es así, y tanta procrastinación nos hizo sentir demasiado
cómodos. Eso originó desinterés por los quehaceres básicos. Quiebras, despidos,
menos puestos de trabajo. La que has liado Durex. La has liado parda.
Y nos hemos idiotizado. Dicen que en una situación extrema
la gente saca su verdadero ser. Sí, eso que pasa en las películas de miedo
cuando deciden empujar al gordinflón como cebo a los zombies para así poder
escapar con la maciza. Es cuando los que tenían el poder de cambiar las cosas
deberían haberlo hecho, y no aprovecharse de esa situación. Pero así somos. Si
pudiéramos evadir impuestos legalmente, o si pudiéramos ganar un poco más a
costa de que otro gane un poco menos, lo haríamos. Tampoco le pondríamos el pie
en el cuello para que se ahogara en un charco, pero quizá le dejaríamos caminar
por el lado de la acera en el que gotean los balcones tras un día de lluvia. ¿A
quién queremos engañar?
Nos pegamos veinte años estudiando para trabajar unos
cuarenta. Cada vez se requieren más grados, másters, doctorados, cartas de
Hogwarts y “ser-el-sobrino-de”. Y cuando al fin pisas las baldosas de una
oficina te das cuenta de que las relaciones laborales se han convertido en
felaciones laborales. En que por lo visto hay que agradecer que pierdas ocho horas
de tus irrecuperables días en hacer tareas que no deberías hacer pero “es que
eres nuevo y las cosas hay que ganárselas”. Porque es que el trabajo está muy
mal, y es lo justo, ¿no?
Pero a veces hay que recordar que el que traga mierda,
escupe mierda. Que no hemos perdido más de una cuarta parte de nuestra vida
instruyéndonos para perfilar con nuestra lengua el ano de un déspota que sabe
que las palomas siempre irán al maíz. Y que una formación de tantos años,
esfuerzo y sudor, no solo te dan un título, sino una dignidad. Que al final, es
esa dignidad la que te va a decir que por algo no tienes que pasar, y no todos
esos exámenes que te pelaron los codos. Que podemos vivir amargados y seguir
escupiendo la mierda que tragamos, o comprarnos esos caramelos de hierbabuena
que te dejan el aliento fresco y huelen tan bien.
Y si no lo consigo, ¿qué? Entonces sigue luchando. Y si
pasan los días y sigues sin conseguirlo, al menos sé feliz. Saca ese escritor
que hay en ti. Empieza a tocar ese instrumento que nunca te creíste capaz.
Enamórate. De ella, de él, o de la vida. Hay países en los que se levantan a
las 6 a
pescar y a las 8 ya están descansando porque ya tienen para vivir el resto del
día. Hay gente viviendo de eso que te gustaría a ti. Tienes tiempo para
construirte. Tienes todo el tiempo del mundo para lograr vivir como deseas.
En esta tesitura, no me queda otra que esbozar una sonrisa,
tapar con el pulgar la fecha de caducidad y decirme en voz alta: "Quizá
deberíamos empezar a vivir como si la caja de preservativos caducara la semana
que viene".
No hay comentarios:
Publicar un comentario