La
puerta del armario se abrió de sopetón, sobresaltando a Jaime, que casi se cae
del taburete que utilizaba para jugar a la Play algo más cerca de la pantalla
de lo que recomendaba su madre. De su interior salió un hombre con gafas de
aviador, una chaqueta de cuero falso, roída hasta la saciedad, y unos vaqueros
tan viejos que no se podía asegurar que no fueran a razón de la nueva moda vintage. No obstante, lo más inquietante
no era su ropa, sino que había aparecido dentro de su maldito armario. En su
habitación. En su casa. Así que Jaime, con quince años recién cumplidos, echó
de menos los pañales en ese momento.
—¡¿Quién
coño eres tú?! —preguntó el muchacho—. ¡¿Qué hacías ahí dentro?!
—A
ver…. —El invitado sorpresa sacó un papel de su bolsillo y lo desplegó—. ¿Eres…
Vanesa Mendoza?
—¿Tengo
cara de llamarme Vanesa?
—No, la
verdad. Tampoco pareces tener cincuenta y siete años. ¿Eres su hijo, o su
nieto, o su…?
—No
conozco a esa tal Vanesa —interrumpió—. ¿Pero quién eres? ¿Qué hacías ahí?
El hombre
dudó unos segundos. Miró a ambos lados, donde, evidentemente, no había nadie
más. Se arrodilló frente al joven, agarrándole por los hombros, mientras él aún
sujetaba el mando de la consola. No podía darle pausa porque era un juego
online, y eso ponía nervioso a Jaime.
—Escúchame
lo que voy a decirte —susurró, a un volumen casi imperceptible al oído humano—.
Vengo del futuro. Aparecemos en los armarios y robamos a las familias de tu
tiempo. La vida está terriblemente mal en el futuro. Poco a poco, la economía
empezó a caer y las empresas ni siquiera eran capaces de sacar beneficios, pues
no había dinero en ninguna parte. Sin embargo, para unos pocos hay todo el
dinero del mundo, así que existen unos privilegiados que viven en mansiones de
lujo y al margen de la ley, y luego estamos nosotros, que tenemos
organizaciones clandestinas dedicadas a extraer dinero de otras épocas. De esta
manera, no dejamos pistas, no pueden identificarnos y no pueden pillarnos
jamás.
Jaime
estaba tiritando entre las manos del hombre, así que él lo soltó. Al fin, tras
un par de titubeos ahogados en saliva, consiguió formular una pregunta:
—Así
que… ¿así que me vas a robar?
—¡No! —respondió
efusivamente—. ¡No voy a hacerlo! ¡Pero tú eres joven, tú podrías cambiar esta
situación! Necesito que busques a las personas indicadas. Necesito que evites
que el país se vaya a la mierda.
—¿Estoy
yo solo en esto? ¿Cómo pretendes que yo lo cambie todo?
—Llevo
años haciendo esto. Concienciar a jóvenes de tu tiempo. No querréis acabar así.
Yo vengo del 2071. Te tocará vivirlo. —El viajero suspiró—. Seguiré haciendo
esto mientras pueda.
—¡¿Quién
cojones eres?! —gritó una mujer, haciendo brincar al viajero y a Jaime.
—Mamá,
no quiere hacernos daño, él ha salido de mi armario —intenta apaciguar su hijo,
pero sólo consigue que se enfurezca más.
—¡Váyase
ahora mismo o llamo a la policía! —chilla, blandiendo una escoba como arma.
El
hombre levantó sus brazos, en son de paz:
—Todo
ha sido un malentendido, yo vengo del futuro y…
—¡Viñuales!
—Una nueva voz se sumó al conflicto: del armario había salido una mujer rubia y
joven, de no más de veinticinco años, con una gabardina marrón que le cubría
hasta los tobillos.
—Señora,
resulta que otra vez nos hemos equivocado con el destino, aquí no vive Vanesa
Mendoza. Tendríamos mal los datos. Podemos irnos.
Jaime y
su madre estaban petrificados contemplando la escena. Esta vez, la mujer
también había visto aparecer a alguien dentro del armario. Ya no la tomaba con
el viajero. Simplemente, seguía con la escoba a modo de mandoble, pero inmóvil.
Viñuales hizo mención de introducirse en el armario de nuevo, queriendo zanjar
aquello de una vez por todas, pero un carraspeo de la rubia fue suficiente para
que se detuviera.
—Sabe lo
que tiene que hacer, Viñuales —dijo su superior.
—Estoy
seguro de que no importa que…
—Lo que
usted opine nos la trae al fresco. Estamos hartos —le cortó—. Conoce las
normas.
Veinte
minutos después, ambos viajeros habían regresado a su tiempo. La mujer rubia se
había quitado la gabardina, dejando al descubierto un vestido largo y negro. El
hombre, frente a ella, estaba sentado en la silla del centro del despacho,
custodiado por dos guardias.
—¿Podría
recordarme por qué está usted en nuestra organización, Viñuales?
—Para
recuperar dinero del pasado, señora.
—Para
nada más —afirmó ella.
—Lo
siento.
—Le
hemos seguido de cerca. Se ha dedicado a intentar arreglar el futuro de esas
personas. Personas que hemos tenido que matar una a una tras sus visitas para
no dejar cabos sueltos. En este caso, al menos, ha sido usted quien les ha
quitado la vida, que es lo que se debe hacer, aunque jamás haya atado los cabos
hasta ahora.
De
repente, el viajero se desmoronó. Cayó de rodillas frente a la silla, a lo que
los guardias fueron a recogerle, pero la mujer levantó una mano en señal de que
desistieran.
—No…
¿no ha servido de nada? ¿Todo lo que he hecho?
—Se ha
saltado las normas y ya nos hemos hartado de recoger sus excrementos, Viñuales.
—No ha
servido de nada —murmuró, haciendo caso omiso.
—Guardias,
ya saben qué hacer. —Después, se dirigió de nuevo al viajero—. Ya estaba
advertido, Viñuales.
La
mujer no volvió a mirarle. Caminó con paso firme sobre sus tacones hasta
abandonar la sala y cerró la puerta a sus espaldas, mientras escuchaba el
disparo y al cuerpo, inerte, desplomándose sobre el embaldosado.
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