Scarlett se encontraba enfrente
de la puerta, intentando recuperar el aliento tras varios minutos corriendo
bajo la tormenta. Ahora, por fin a cubierto, sólo el goteo de sus prendas
empapadas quebraba el silencio de aquel corredor. Miró su reloj: las nueve de
la noche. El vigoroso hombre que había junto a la puerta intentaba mantener la
vista al frente, pero era inevitable admirar puntualmente la belleza de la
chica.
—Compórtate con naturalidad,
maldita sea —murmuró Scarlett para sí misma.
Cuando sintió que le dejaba de
temblar el pulso, bajó el pomo y entró en la sala. No pudo evitar sentir un
escalofrío al ver la sobriedad de aquel lugar. Paredes y suelo totalmente
grises, sin más alteraciones que unas grietas y polvo. En el techo, un
fluorescente de doble tubo, uno funcionando a duras penas y el otro
encendiéndose y apagándose de forma intermitente, haciendo un horrible crujido.
En el centro de la sala había una mesa con dos sillas, una a cada lado. En una
de ellas se encontraba Jack. Scarlett ocupó la otra.
—Me alegro de verte —dijo él
esbozando una sonrisa.
Su aspecto era mucho peor que el
que recordaba Scarlett de la última vez. Hacía por lo menos una semana que no
se afeitaba, su pelo rubio estaba totalmente despeinado y unas enormes ojeras
indicaban que hacía días que no dormía. Jack puso su mano sobre la mesa
esperando a que Scarlett se la cogiera, pero no lo hizo.
—Me ha costado decidirme —admitió
Scarlett.
Jack apartó su mano y bajó su
mirada a la mesa.
—Podrías haberte ahorrado eso
último…
—Lo siento, he tenido un mal día.
—Es cierto —forzó una sonrisa—.
Odias las tormentas.
—Así es.
—Recuerdo cuando éramos niños.
—Jack se echó hacia atrás y volvió a clavar su mirada en los ojos verdes de
Scarlett. — Íbamos siempre a aquel lago durante horas y nos quedábamos allí
aunque cayera el diluvio universal.
Ella no pudo evitar sonreír. Sí,
recordaba a menudo su infancia con Jack, y esos baños en el lago eran recuerdos
muy felices.
—De hecho, era en el único lugar
en el que me gustaba la lluvia, porque al terminar, dejaba un arco iris
precioso junto a la cascada —explicó Scarlett.
—Es cierto, nos pegábamos horas
tumbados sobre la roca esperando a que se apagara el arco iris. Siempre lo
hacía al llegar la noche, porque ya no había luz solar —asintió Jack—.
¿Recuerdas aquello que te dije?
Scarlett cerró los ojos y agachó
la cabeza. El temblor de su mano volvió. Claro que se acordaba, pero era un
tema del que odiaba hablar.
—Sí, lo recuerdo.
—Te dije que conseguiría que me
amaras, y que haría cualquier cosa para lograrlo.
—Sí, y que una vez consiguieras
que pudiera ver contigo el arco iris por la noche, a la luz de la luna, no
podría dejar de amarte. Pero es imposible que el arco iris salga de noche.
—Veo que, efectivamente, lo
recuerdas a la perfección.
—Me lo repetiste cada vez que
mirábamos un arco iris, cómo olvidarlo.
Jack intentaba mantenerse sereno
ante cada palabra punzante de Scarlett, pero no podía evitar derrumbarse poco a
poco y, además, tenían poco tiempo.
—¿Por qué nunca lo hiciste,
Scarlett? —titubeó Jack—, ¿por qué en veinticinco años no has sido capaz de
decirme que me amas?
—No empieces, por favor —fue la
respuesta de la joven.
—Nos conocemos desde niños,
pasamos casi todos los días de nuestra vida con el otro hasta hace unos meses.
Lo sabes todo sobre mí y yo todo sobre ti. Y por tanto, sabes que yo te he
querido siempre.
—Lo sé, te has declarado mil
veces, y parece que aún no te has rendido.
—No me he rendido porque sé que
tú también, desde pequeños, has estado enamorada de mí. Sería imposible que
esto no fuera mutuo.
—¡Vale ya, Jack! —chilló.
—¿Sabes lo que pienso? —preguntó
él. — Pienso que nunca te has atrevido a dar un paso más allá y siempre esperas
a darme el “sí” a mañana. Siempre lo dejas para mañana. Pero el último día, no
habrá mañana, y no podrás dejarlo otro día más.
—Pues te equivocas, no tienes
razón. —respondió con brusquedad.
Al fin Jack se rindió. Observó el
pelo rojizo de Scarlett, empapado y chorreando por sus hombros. La luz
intermitente no dejaba de parpadear.
—¿Ha habido algún otro hombre
después de Michael? —preguntó Jack.
—Trevor, pero duró un par de
meses.
—¿Te trató bien?
—No demasiado, pero aún puede
contarlo.
Esas palabras se clavaron como un
puñal en el pecho de Jack.
—Scarlett, no me arrepiento de lo
que hice.
—Lo mataste, Jack. Mataste a
Michael y por eso estás preso aquí.
—Si no lo hubiera matado, él te
habría matado a ti. ¿Te recuerdo cómo viniste sangrando y tambaleándote hasta
mi casa?
—Era mi problema, y tu furia
incontenible se metió en donde no le llamaban. Te mereces estar aquí.
Eso dolió tanto a Jack que no lo
pudo evitar más y dio un fuerte golpe en la mesa, que se acompañó de unas
lágrimas que llevaban minutos luchando por salir. Dos guardias entraron por la
puerta y le agarraron por detrás, levantándolo de la silla.
—La visita ha terminado, señora.
—dijo uno de los guardias.
—¡Por favor, mírame a los ojos y
dime que no me amas! —gritó Jack mientras los guardias lo arrastraban hacia la
puerta.
Scarlett se quedó mirando a la
mesa, sin decir nada. Estaba conteniendo el llanto, no quería mostrarse débil
ante él.
—Mírame, joder! ¡Mírame y dilo!
Un portazo dejó en silencio la
sala. Scarlett no lo pudo evitar y se echó a llorar. Siempre le había amado,
pero nunca se había sentido preparada para dar el paso. Y como bien había dicho
él, sólo lo había dejado para mañana.
Scarlett se levantó y salió de la
sala. Seguía el mismo guardia al lado de la puerta, pero estaba hablando por su
walkie. Scarlett esperó a que acabara y le preguntó:
—¿Cuándo puedo volver a
visitarle?
—Me temo que no será posible,
señora.
—Tengo algo importante que
decirle.
—Creía que él se lo habría dicho,
y siento tener que darle la noticia yo —dijo el guardia—. Usted era su última
voluntad.
Scarlett se quedó petrificada al
oír aquello y sintió que se le paraba el corazón.
—Su… ¡¿su última voluntad?!
—bramó.
—En cinco minutos será ejecutado,
ya lo están preparando. Ya sabe cómo funcionan las cosas en este Estado, y él
asesinó a un hombre.
—¡¿Dónde?! —gritó—. ¡¿Dónde lo
ejecutan?!
—Los familiares y amigos deben
esperar en aquella sala, la de la puerta verde. —El guardia señaló al fondo del
pasillo.
Scarlett corrió lo más rápido que
pudo con los tacones que llevaba. No quería creerlo. No quería creer que
realmente ese sería el último día y que no habría mañana.
Abrió la puerta de golpe y se
encontró una sala con varias sillas, pero no había nadie, Jack no tenía a nadie
más, sólo había otro guardia vigilando. Una de las paredes era un cristal grueso,
y se veía al otro lado a Jack sentado en una silla con electrodos y amarrado de
pies y manos con correas. Le mojaron la frente con una esponja y le pusieron un
casco metálico del que salía un cable grueso.
—¡¡¡No!!! —chilló Scarlett,
golpeando el cristal con los puños—. ¡¡¡Soltadlo, soltadlo!!!
El guardia se acercó hasta
Scarlett y la sujetó.
—Por favor, señora…
—¡¿Cuánto es la fianza?! ¡La
pago, pago lo que haga falta!
—Cuando hay pena de muerte no
suele haber fianza, señora.
Scarlett cayó de rodillas al
suelo mientras veía al otro lado del cristal a Jack mirándole con una sonrisa
en el rostro. Un hombre anciano con un mono gris se acercó y sujetó una
palanca. La vida de Jack en aquellos momentos valía de que un viejo bajara una
maldita palanca.
—Pero, ¡¿por qué sonríes,
idiota?! —gimoteó Scarlett—. ¿Qué coño te pasa?
Un hombre con traje dio una señal
al anciano y éste asintió.
—¡¡¡No, no, no!!! —gritó
Scarlett. — ¡Tenías razón, Jack! ¡Siempre te amé, siempre! ¡Desde que me
alcanza la memoria, cada día, cada…!
Pero sus palabras se vieron
interrumpidas por el golpe de la palanca al bajarse y un zumbido ensordecedor.
Scarlett se desplomó en el suelo, sin tan siquiera haber leído el cartel que
había junto al cristal que advertía de que la sala estaba completamente
insonorizada.
Dos horas más tarde, cuando el
servicio médico había acabado de reanimar y calmar a Scarlett, la joven se
encontraba caminando por el suelo embarrado a solo unos metros del recinto
penitenciario. Los tacones se hundían en la tierra húmeda y al final se
descalzó. Hacía tan solo unos minutos que había dejado de llover.
La mente de Scarlett estaba tan
saturada que hacía rato que parecía haber desconectado. Sin embargo, cuando
salió de la zona de árboles y miró al horizonte, no pudo evitar volver a caer
de rodillas sobre el barro.
—Una vez más, tenías razón, Jack.
—musitó Scarlett, mirando el arco iris que se trazaba en el cielo a las doce de
la noche.
Solo tres palabras señor: me ha encantado!
ResponderEliminarSin duda alguna sabes lo que te haces cuando escribes. Es una pasada que puedas expresar la desesperación de la chica tan bien y en tan pocas lineas. Sabes darle ese toque fantástico que a mi me gusta en las lecturas sin ser un texto sobre magia. Muy bueno si! :)
Oye, oye, te dije que te esperases un poco antes del siguien texto deprimente!!
ResponderEliminarPor lo demás, no puedo sino ratificar las palabras de Sindy y retirarme a seguir trabajando... Me ha gustado mucho.
Un abrazo!
No, no, si el texto está muy bien, eh, pero tiene un error garrafal, y es que le falta el "me asdfghjklñ" entre los botones de reacciones. Sobra decir que yo le daría a ese.
ResponderEliminar¿Qué voy a decirle que no sepa ya? Si es que escribe que se me curan las dioptrías.