viernes, 24 de julio de 2015

Algún día nos cobrarán por respirar

Día 24 de junio

—Lo siento, Flora. La decisión está tomada.
—No puede despedirme. No he hecho nada malo. Nada. He cumplido mi trabajo cada minuto que estaba en esta empresa.
—La crisis del oxígeno está acabando con todas las empresas, no sólo con ésta. Simplemente, su puesto es prescindible tras la última reestructuración interna.
—Tres años. Tres años dejándome el lomo por dos míseras bombonas de oxígeno y escasos doscientos euros. Tengo que mantener a mi madre, dos niños, y a mí misma, con eso.
El señor Vela la mira con tristeza. Las lágrimas empapan la mascarilla de Flora Garrido.
—Tendrá un finiquito de veintitrés bombonas y cien euros. Lo siento de nuevo.



Día 29 de junio

—Dos bombonas de oxígeno bajo en humos, por favor —pide Flora al dependiente.
—Son treinta y seis euros.
—¡¿En serio?! —desespera—. ¿Dieciocho euros por una maldita bombona?
—No se altere, agotará su oxígeno más rápido —responde pausadamente el dependiente—. Tenemos oxígeno cosmopolita por doce la bombona.
—Lo inhalan mis hijos, ¿sabe? —balbucea Flora, nerviosa—. Niños de Primaria. Y mi madre, que ya sufre demasiado por la quimio.
—Oiga —susurra el dependiente—. Si por mí fuera se lo daría por unos céntimos. La crisis del oxígeno ha subido los precios una locura.
—Necesito mantenerlos con vida.
—Llévese oxígeno cosmopolita. —Exhala un suspiro condescendiente—. Mi padre vivió cincuenta años a base de él.
—Está bien. Deme dos —titubea con la voz quebrada por el llanto.



Día 13 de julio

—Nos hemos reunido aquí para despedirnos de Esmeralda Garrido —anuncia el cura frente al féretro de la madre de Flora—. Pero antes de empezar, su hija quiere pronunciar unas palabras.
Flora se ajusta la mascarilla, se aprieta el arnés que sujeta la bombona de su espalda y camina hasta el atril. Sus dos hijos, con sus pequeñas máscaras, la observan desde la primera fila.
—Mi madre supo cuidarnos en todo momento. Cuando quedó viuda, luchó y buscó hasta debajo de las piedras para encontrar una manera de que siempre tuviéramos oxígeno Sebastián y yo —explica Flora, pero tras una pausa de unos segundos, se derrumba—. Yo... lo siento, mamá... —se seca el lagrimal con el índice—. Tuve que elegir. No tenía oxígeno para todos y yo... yo... tú... tú ya tenías un pie en el Cielo, ¿sabes? —Tiene que interrumpir su discurso y abandonar la sala.



Día 18 de julio

—¿Entiende lo que tendrá que hacer en su puesto de trabajo?
—Sí —asiente Flora—. Pero necesito tiempo de descanso para poder cambiar el oxígeno de mis hijos.
—Si le quitamos una hora, que sería lo que le supondría ir a casa o la escuela de sus hijos, no podremos pagarle nueve bombonas a la semana y ciento cincuenta euros.
—¿Cuánto bajaría mi sueldo?
—A siete bombonas y cien euros.
—¡¿Qué?! ¿Por una hora menos al día? Una hora de doce, ¿para usted supone restar esa cantidad?
—Lo siento, buscar a alguien para cubrirle durante esa hora ya requiere ponerle un salario mínimo que tendremos que quitar de otro lado, ¿no cree?
A Flora le tiembla el pulso.
—Está bien.
—Que sean once horas al día, siete bombonas y cien euros. Firme aquí.



Día 1 de agosto

—Pasajeros del Ferry 821 con destino a Palermo: Muelle 4 —anuncia la megafonía.
—Es el nuestro —señala Flora. En una mano lleva un gran maletón cargado de bombonas, otras tres a la espalda y dos en la espalda de sus dos hijos, los cuales forman una cadena de manos con ella—. Vamos rápido para coger un buen camarote.
—¿Por qué nos vamos, mamá? —pregunta Hugo.
—Porque allí no tendremos que pagar por respirar, cielo —responde, sin apartar la vista del frente—. El oxígeno campa libre por el aire y podré cuidar de vosotros siempre.
—¿Y hay suficientes bombonas para el viaje? —duda César.
—Llevo mucho tiempo ahorrando y reservando para esto, cariño. Una vez allí, no necesitaremos más. Están calculadas.
—Su billete, por favor —dice el agente.
—Aquí tiene.



Día 3 de agosto

—¿Se va a poner bien? —quiere saber Hugo.
Su hermano pequeño no deja de hiperventilar. Absorbe oxígeno a la velocidad del relámpago.
—No le sienta bien navegar —dice Flora—. Pero no te preocupes, mañana a estas horas habremos llegado a Palermo y César estará bien. —Flora acaricia la frente a Hugo para tranquilizarle—. Acércame otra bombona, cariño.
—Quedan pocas, las está gastando muy rápido.
—No importa, la necesita.



Día  4 de agosto

El corazón de Flora da un vuelco cuando abre su maletón y solo quedan dos bombonas. César, afortunadamente, se estabilizó por la noche. Sin embargo, en las bombonas de sus hijos y la suya solo queda una hora de oxígeno como mucho.
—Se prevé la llegada a las 16:35. Por favor, vayan preparando su equipaje.
Son las 12:44.
Flora cambia las dos bombonas de sus hijos. Será suficiente para llegar a Palermo.
—Mamá va a salir a la cubierta para hablar con una amiga, ¿vale?
—¿Podemos ir? —pregunta Hugo.
Una lágrima que no puede contenerse más resbala por la mejilla de Flora.
—Lo siento, cielo... no... no podéis. Cuando lleguemos, si no estoy, acudid a comisaría.
—¿Estarás allí?
Su madre no responde, abraza a sus hijos por última vez y abandona el camarote. Viendo la costa siciliana en el horizonte, dos crujidos de la bombona de oxígeno indican que ya se ha agotado. Flora se desploma sobre la fría cubierta.

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