Esta es la entrada número 50 de mi blog. Fue exactamente el
día 28 de septiembre de 2012 cuando se publicó la primera entrada. Casi hace
cuatro años.
Es inevitable reflexionar, ¿no? No soy de esas personas que
creen mucho en los aniversarios, en las celebraciones basadas en una cifra
bonita, o de los que montan desmesurados paripés para algo que no va a
cambiarme la vida. Sin embargo, quisiera compartir en esta ocasión un
pensamiento que cada vez se repite más en mi cabeza.
Disfruto escribiendo. Toda la gente que conozco que lo hace,
lo disfruta. También disfruto componiendo. Disfruto diseñando. Disfruto
materializando cualquiera de mis ideas. No voy a ser yo quien opine de mi
trabajo, aunque sí que me siento orgulloso de lo que hago. Al fin y al cabo, si
no podemos estar orgullosos de nosotros mismos, ¿quién lo estará?
La universidad, trabajo, ahora un máster... han absorbido mi tiempo de tal
manera que no he podido dedicar a escribir todo el que me gustaría. Y, de
nuevo, toda la gente que escribe de una manera más o menos seria, está en mi
misma situación. Sí, porque escribir lleva tiempo, lleva esfuerzo y dedicación,
pese a que lo disfrutes tanto como yo.
Todos soñamos con un trabajo que nos apasione. Un trabajo
que no nos suponga una lacra en nuestra vida, sino un ingrediente más de
nuestra felicidad. ¿Hacia dónde deberíamos caminar, si no es hacia la
felicidad?
Y desafortunadamente no es tan sencillo. Rara vez la
felicidad y las obligaciones van de la mano. La construcción de un futuro
sólido, normalmente, no está basado en la felicidad. Apilamos resignaciones y
las enyesamos con conformismo. Y tenemos aficiones.
Creo que hay un concepto muy equivocado de las aficiones.
¿Por qué las aficiones son eso que disfrutamos en el tiempo que nos sobra entre
las obligaciones que nos amargan?
No nos confundamos, disfruto lo que hago y estoy seguro que
disfrutaría muchos puestos de trabajo. Pero también sé cuántos músicos,
escritores, fotógrafos, diseñadores, dibujantes, bailarines, actores, directores
y un eterno etcétera, adoran lo que hacen. Y no, no estoy pidiendo que esa
gente pueda vivir de ello. Desgraciadamente las cosas no funcionan así. Hay un
nivel de exigencia en cuanto a calidad (y pasta, para qué engañarnos), que no
nos permiten que vivamos de nuestras pasiones todos los que lo desearíamos.
Y ya voy al grano. Sí, ya era hora. ¿Acaso es mucho pedir
que empiece a valorarse que esa gente está trabajando? Todas esas horas, todas
esas ideas, todos esos esfuerzos, frustraciones y satisfacciones, tienen un
precio. Y no, no hablo de acabar con la piratería, porque soy el
primero que piratea. Y sé que está mal. Todos deberíamos dejar de hacerlo, pero
seguiremos pirateando.
Hablo de que dejemos de pensar que, cuando alguien dedica un
fin de semana a escribir, pensemos que es un tipo que ha dejado sus obligaciones
para divertirse. Hablo de que si vemos a alguien haciendo fotos durante toda
una mañana en un parque, no pensemos que tiene suerte de hacer lo que le da la gana
en los tiempos que corren.
El trabajo es trabajo. Estar varias horas en la oficina no
es diferente de estar esas mismas horas frente a un papel plasmando todas tus
ideas. Pagar gustosamente al taxista por llevarte a casa y refunfuñar por pagar
por que un grupo te lleva a otros mundos por la mitad de precio, no es comprender
lo que pasa.
Cualquier tipo de arte es tan digno como otro trabajo.
Cualquier afición llevada con profesionalidad lleva un arduo trabajo detrás que
merece, como mínimo, aceptación y respeto.
Sólo pido que, cuando escriba mi entrada número 100 (que la
escribiré, no quepa duda), entendamos lo que hacemos como un trabajo, que quizá
no nos dé dinero a la mayoría, pero nos sumergen, por un momento, en ese camino
hacia la felicidad.
Muchas gracias a todos lo que me leéis. Ojalá pudierais
sentir lo que siento. Bueno, qué coño. Lo intentaré, como siempre.
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PD.: En otro orden de cosas, este mes sí que haré algo
especial. Cada día publicaré en las redes sociales algunas de mis entradas más
destacadas, hasta final de mayo, donde volveré a las andadas. ¡A trabajar!
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