sábado, 30 de abril de 2016

Cincuenta

Esta es la entrada número 50 de mi blog. Fue exactamente el día 28 de septiembre de 2012 cuando se publicó la primera entrada. Casi hace cuatro años.

Es inevitable reflexionar, ¿no? No soy de esas personas que creen mucho en los aniversarios, en las celebraciones basadas en una cifra bonita, o de los que montan desmesurados paripés para algo que no va a cambiarme la vida. Sin embargo, quisiera compartir en esta ocasión un pensamiento que cada vez se repite más en mi cabeza.

Disfruto escribiendo. Toda la gente que conozco que lo hace, lo disfruta. También disfruto componiendo. Disfruto diseñando. Disfruto materializando cualquiera de mis ideas. No voy a ser yo quien opine de mi trabajo, aunque sí que me siento orgulloso de lo que hago. Al fin y al cabo, si no podemos estar orgullosos de nosotros mismos, ¿quién lo estará?

La universidad, trabajo, ahora un máster... han absorbido mi tiempo de tal manera que no he podido dedicar a escribir todo el que me gustaría. Y, de nuevo, toda la gente que escribe de una manera más o menos seria, está en mi misma situación. Sí, porque escribir lleva tiempo, lleva esfuerzo y dedicación, pese a que lo disfrutes tanto como yo.

Todos soñamos con un trabajo que nos apasione. Un trabajo que no nos suponga una lacra en nuestra vida, sino un ingrediente más de nuestra felicidad. ¿Hacia dónde deberíamos caminar, si no es hacia la felicidad?

Y desafortunadamente no es tan sencillo. Rara vez la felicidad y las obligaciones van de la mano. La construcción de un futuro sólido, normalmente, no está basado en la felicidad. Apilamos resignaciones y las enyesamos con conformismo. Y tenemos aficiones.

Creo que hay un concepto muy equivocado de las aficiones. ¿Por qué las aficiones son eso que disfrutamos en el tiempo que nos sobra entre las obligaciones que nos amargan?

No nos confundamos, disfruto lo que hago y estoy seguro que disfrutaría muchos puestos de trabajo. Pero también sé cuántos músicos, escritores, fotógrafos, diseñadores, dibujantes, bailarines, actores, directores y un eterno etcétera, adoran lo que hacen. Y no, no estoy pidiendo que esa gente pueda vivir de ello. Desgraciadamente las cosas no funcionan así. Hay un nivel de exigencia en cuanto a calidad (y pasta, para qué engañarnos), que no nos permiten que vivamos de nuestras pasiones todos los que lo desearíamos.

Y ya voy al grano. Sí, ya era hora. ¿Acaso es mucho pedir que empiece a valorarse que esa gente está trabajando? Todas esas horas, todas esas ideas, todos esos esfuerzos, frustraciones y satisfacciones, tienen un precio. Y no, no hablo de acabar con la piratería, porque soy el primero que piratea. Y sé que está mal. Todos deberíamos dejar de hacerlo, pero seguiremos pirateando.

Hablo de que dejemos de pensar que, cuando alguien dedica un fin de semana a escribir, pensemos que es un tipo que ha dejado sus obligaciones para divertirse. Hablo de que si vemos a alguien haciendo fotos durante toda una mañana en un parque, no pensemos que tiene suerte de hacer lo que le da la gana en los tiempos que corren.

El trabajo es trabajo. Estar varias horas en la oficina no es diferente de estar esas mismas horas frente a un papel plasmando todas tus ideas. Pagar gustosamente al taxista por llevarte a casa y refunfuñar por pagar por que un grupo te lleva a otros mundos por la mitad de precio, no es comprender lo que pasa.

Cualquier tipo de arte es tan digno como otro trabajo. Cualquier afición llevada con profesionalidad lleva un arduo trabajo detrás que merece, como mínimo, aceptación y respeto.

Sólo pido que, cuando escriba mi entrada número 100 (que la escribiré, no quepa duda), entendamos lo que hacemos como un trabajo, que quizá no nos dé dinero a la mayoría, pero nos sumergen, por un momento, en ese camino hacia la felicidad.

Muchas gracias a todos lo que me leéis. Ojalá pudierais sentir lo que siento. Bueno, qué coño. Lo intentaré, como siempre.



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PD.: En otro orden de cosas, este mes sí que haré algo especial. Cada día publicaré en las redes sociales algunas de mis entradas más destacadas, hasta final de mayo, donde volveré a las andadas. ¡A trabajar!

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