Esta entrada es una continuación de Cuento de Navidad: La Organización de las Musas Inspiracionales y Cuento de Navidad: La Organización de las Musas Inspiracionales - Segunda Parte. Recomiendo su lectura para entender la historia con más profundidad. Feliz Navidad.
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Kathli se fumaba su segundo cigarrillo apoyada en el marco
de la ventana de su casa. Treene se estaba retrasando esta vez.
El último año había sido mucho más duro que el anterior; Kathli
había vuelto a odiar su trabajo. Aunque todos los días veía a su amada, no
poder estar con ella sólo acrecentaba su frustración. Sin embargo, sabía por
qué debían mantenerlo en secreto y por qué toda precaución era poca. Si la
Organización de las Musas Inspiracionales se enteraba de su romance, podría
costarles la vida.
Dos golpes en la puerta. Kathli arqueó las cejas y esbozó
una mueca de asombro, aun sabiendo que nadie podía verla. Lo habitual en Treene
era aparecer sin avisar. Para algo tenían poderes, ¿no?
Kathli abrió la puerta y se abalanzó sobre Treene nada más
verla. La estrujó entre sus brazos y después la besó. Tardó unos segundos en
darse cuenta de que ella no parecía tan receptiva como en otras ocasiones.
—¿Qué te pasa? —quiso saber Kathli.
Treene forzó una sonrisa.
—¡Nada! —exclamó con alegría—. A veces no sé cómo
reaccionar.
—Un año es mucho tiempo —admite Kathli.
—Sí…
Kathli tomó la mano de su invitada y caminó con ella hasta
el dormitorio.
—He dejado a mi hijo con Maraen —informó Kathli—. Esta vez
no quiero mandarte bajar la voz.
Agarró los tirantes de Treene y los bajó por sus brazos, pero
entonces ella la detuvo.
—Espera.
Kathli finalmente comprendió que Treene no quería seguir
ese camino. Al menos no en aquel momento.
—Cielo… —susurró Kathli—. ¿Qué te pasa?
—Sólo quiero que hablemos un poco —respondió, subiéndose de
nuevo los tirantes—. No quiero que sea tan… frío.
—Hablamos todos los días —replicó la musa—. La última vez,
te pedí charlar un rato y te molestó que no quisiera estar al tema y punto. ¿Y
ahora es al revés?
—La última vez… —Hizo una pausa, recordando—. Vino la
emisaria Auriena, ¿verdad?
La confusión de Kathli le impedía responder. Durante el
último año, Treene había estado más cercana que nunca con ella. Esa misma
mañana, habían estado riéndose y susurrándose que deseaban verse por la noche y
arrancarse las ropas. Y de repente parecía que hubiera cambiado de idea.
—Sabes que sí. Lo viste igual que yo. Es la tercera vez que
hacemos esto, joder —masculló—. No es una situación en la que los recuerdos por
rutinarios.
Treene bajó la mirada y suspiró:
—Es suficiente.
Dos figuras altas y robustas agarraron las muñecas de
Kathli y le retuvieron las manos en su
espalda. Ella, confusa, no ofreció ninguna resistencia mientras veía a su
amante transformándose en la emisaria Auriena.
—¡¿Cómo te atreves?! —bramó Kathli.
—Kathli Voriet —fue toda la respuesta de Auriena—. Quedas
arrestada por doble delito: relación amorosa en la OMI y mentiras a un alto
cargo. Dirigidas a mí, para ser exactas. Hace justo un año.
La musa dejó de intentar zafarse, asumiendo la derrota y no
pudiendo evitar derramar lágrimas.
—¿Cómo lo sabíais? —preguntó—. ¿Cómo sospechasteis que
Treene y yo…?
—No se puede engañar al sistema, Voriet —explicó—. Lo
sabemos todo. Esto lo sospechábamos desde hace dos años. Y tú lo has confirmado.
—¿Dónde está ella? —quiso saber Kathli.
—Treene Coire ha sido detenida hace unas horas cuando salía
de trabajar. Ella suma un delito más: utilizar sus poderes con motivos no
inspiracionales. No estábamos seguros, pero tú has confirmado que estaba aquí
cuando vine el año pasado.
Kathli recibió la noticia como un hachazo en el pecho. El
nudo de su garganta aún se apretó más cuando comprendió que ella le había
puesto en una situación todavía peor. La culpa sólo le permitía hablar en un
hilo de voz:
—Y ahora… ¿y ahora qué? —titubeó.
—Tendréis un juicio —explicó Auriena—. Con suerte os
perdonarán un par de deslices románticos tontos. Quizá lo demás no. Sabes cuál es
el castigo por todo lo que habéis hecho.
Asintió como respuesta y musitó:
—La muerte.
—Así es —confirmó la emisaria—. Una disculpa pública podía
ablandar al juez. —Exhaló un suspiro—. No quiero que os maten. Sólo hago mi
trabajo. No seas idiota, pide perdón y sigue con tu vida.
Kathli se imaginó a Treene siendo ejecutada. A su propio
hijo huérfano. Le aterraba esa idea, pero más aún negar la verdad.
—No estoy arrepentida —respondió—. No me arrepiento de
amarla. —Tragó saliva y apretó los dientes—. Sólo de no haber podido
demostrárselo más que una vez al año.
Auriena sacudió la cabeza con lástima.
—Entonces me temo que sólo os queda la muerte.
—No —sentenció Kathli.
La musa comenzó a brillar y brotaron plumas de los poros de
su piel. Su cuerpo encogió hasta adoptar la forma de un águila, que graznó al
viento y atravesó la pared hasta abandonar su hogar. Auriena abrió la ventana y
gritó en la lejanía:
—¡Estás tan acabada como Coire! ¡Has usado tus poderes!
Kathli ignoró a las palabras de la emisaria, que se
perdieron entre el viento y voló hasta la sede de la OMI. Una vez en sus
puertas, adquirió la apariencia de Auriena y entró.
—Yo también sé jugar a esto —murmuró.
La falsa emisaria recorrió los pasillos hasta llegar al
Área de Castigo.
—¡Emisaria Auriena! —dijo la guardia de la
planta—. ¿En qué puedo ayudarle?
Kathli tomó aire e intento adoptar un tono de voz lo más
neutral posible.
—Quisiera hablar con Treene Coire.
La guardia asintió y le acompañó hasta la puerta de la
celda. Treene, que estaba en el interior, se levantó de su asiento. De pronto,
Kathli comenzó a marearse y recuperó su forma original.
—¡¿Qué está pasando?!
La guardia alzó su arma y apuntó a Kathli.
—Aquí no puedes usar tus poderes —aclaró Treene.
Pero ella no se rindió. Comprendió que le quedaba poco que
perder y se abalanzó sobre la guardia hasta arrebatarle el arma de sus manos en
un violento forcejeo. Kathli se levantó y apuntó a la guardia.
—Abre la puta puerta —ordenó.
Minutos más tarde, ambas amantes volaban lejos de la
ciudad. Aún no habían mediado palabra, ni siquiera cuando claramente estaban ya
lo bastante lejos. Treene comenzó a descender hasta tierra firme, lo que Kathli
se vio obligada a imitar.
—Me has salvado —dijo Treene, aún impactada.
—Todavía no estamos a salvo —aclaró Kathli—. Nos seguirán.
Jamás se detendrán hasta dar con nosotras.
—Tienes un hijo, Kath.
—Llamaré a Maraen en cuanto tenga posibilidad. Buscaré una
solución. Encontraremos un lugar seguro. —La ansiedad impregnaba las palabras
de la musa, acompañadas de lágrimas y temblores.
—Nos encontrarán.
—Es lo más probable.
—Nos matarán.
—En tal caso, sí.
Treene tomó el rostro de Kathli entre sus manos.
—Entonces, ¿por qué lo has hecho?
La miró fijamente a los ojos y susurró:
—Porque es Navidad.
Los labios de las musas se fundieron en un profundo beso,
humedecido por las lágrimas de ambas, a lo que sólo siguió un silencioso abrazo
de varios minutos. Sus cuerpos, en mitad de ninguna parte, temblaban de miedo y
pasión.
—Saldremos de ésta —balbuceó Treene—. Juntas.
—Juntas.